Conforme al diccionario, sensibilidad se define
de la siguiente manera:
"Propensión natural del hombre a dejarse
llevar de la compasión y ternura."
Nada tiene que ver con la sensiblería, lo cual es un
sentimentalismo exagerado, trivial o fingido y que produce al que
observa, malestar y disgusto.
Me complace y
agrada resaltar esta virtud como algo sumamente hermoso, propia de
los seres cuyo corazón está siempre dispuesto a dejarse tocar
sin esfuerzo alguno; manifestándose en el espíritu,
de manera natural, el perfume del amor y la compasión que lleva
dentro.
La verdadera
sensibilidad es aquella que nos llega cuando el Espíritu Santo de
Dios viene a hacer morada en nuestros corazones, cumpliéndose
así la promesa que hiciera nuestro Dios para todo aquel que nace
de nuevo:
"Les daré un corazón nuevo, y pondré
espíritu nuevo dentro de ustedes; y quitaré de su carne el
corazón de piedra, y les daré un corazón de carne. Y pondré
dentro de ustedes mi Espíritu..." (Ezequiel 36:26-27)
Es el Espíritu Santo de Dios quien
más se deleita, transmitiendo a nuestras vidas ese sentimiento de
amor por el prójimo, sea en su dolor o en su alegría.
¿Te ha pasado a
ti, que mientras lees las noticias del periódico, o las ves en
la TV, se menciona un caso, el cual provoca en ti tal
sensibilidad que tus ojos se desbordan en lágrimas sin poderlas
contener? ¿O te has identificado tanto con la angustia de alguna
persona, ya sea familiar, o algún amigo, o conocido, que en
algún momento viene a tu memoria, y has tenido que dejar a un
lado lo que estás haciendo para doblar tus rodillas y ponerte a
clamar por él o ella? Aún hay ocasiones en que nuestro
corazón está tan dispuesto y nuestro espíritu tan sensible que,
aún sin saber qué está pasando en alguna persona, sentimos su
aflicción, sin siquiera tener conocimiento de ello. No tenemos
que saber todos los detalles de un problema en particular para
sentir en nuestro espíritu la carga por los demás.
Es esto algo más
que emocional o sentimental... La sensibilidad que agrada a Dios,
es dada por Él mismo; nadie la puede crear; es una dádiva
espiritual, la cual cuando se recibe y se manifiesta en su
ejercicio, es como una fuente que nunca cesa de brotar... es la
fuente cuyo fundamento es el Amor.