¡Ahora Entiendo!

Tom pensaba que Navidad era una falsedad.El no era una persona indeseable, mas bien era bondadoso, decente y generoso, pero le costaba creer eso de la encarnación que las iglesias proclaman en Navidad, y era honesto al decirlo.

-“Siento mucho desilusionarte,” le dijo a su esposa, quien era una fiel creyente. –“Pero simplemente no puedo entender esa pretensión de que Dios se hizo hombre. No me hace ningún sentido.” En la víspera de Navidad su esposa e hijos acostumbraban ir  a la iglesia para el servicio de medianoche. El rehusó acompañarles.  –“Me sentiría como un hipócrita,” les dijo. “Prefiero quedarme en casa pero les esperaré levantado hasta que regresen.”

Tan pronto la familia salió comenzó a nevar. Fue a la ventana y observó los copos de nieve haciéndose cada vez más pesados. –“Si hemos de tener Navidad,” pensó, “Sería bueno que sea blanca.” Regresó a su silla cerca de la chimenea y comenzó a leer el periódico. Minutos más tarde, se sobresaltó al escuchar un sonido que retumbó sus oidos. A ese le siguió otro, y luego otro. Pensó que alguien estaría tirando bolas de nieve a la ventana de cristal.

Cuando se levantó y fue a la puerta a investigar, encontró una bandada de pájaros amontonados miserablemente en la nieve. En un desesperado intento por guarecerse de la tormenta trataron de volar a través de su ventana.

-“No puedo dejar tiradas ahí a esas pobres criaturas que se congelen,” pensó. “¿Pero qué puedo hacer para ayudarles? Se acordó del granero donde estaba el caballito de sus niños. El lugar  sería un refugio caliente y seguro. Se puso su abrigo y caminó por el montón de nieve hacia el granero. Abrió las puertas completamente y encendió la lámpara, pero los pájaros no entraban. Pensó que si les traía comida ellos entrarían, así que regresó a la casa a buscar migajas de pan, las cuales esparció en la nieve formando un caminito hasta el granero.

Para su asombro, los pájaros ignoraron las migajas y continuaron brincando en la nieve sintiéndose desamparados.Trató de espantarlos caminando alrededor de ellos y moviendo sus brazos para ver si se refugiaban en el granero, pero estos se esparcieron en todas las direcciones menos en el lugar ca-

liente y alumbrado. “Ellos me ven como una criatura extraña y espantosa,” pensó para sí. “Y a mí no se me ocurre alguna manera de hacerle saber que pueden confiar en mí. Si sólo pudiera ser un pájaro yo mismo por algunos minutos, podría ser que se dejaran guiar al refugio seguro…”

En ese preciso instante, las campanas de la iglesia comenzaron a sonar. Tom permaneció quieto y en silencio por un momento, escuchando las campanas tañendo notas musicales de la Navidad. Se tiró de rodillas sobre la nieve… “Ahora entiendo lo que no entendía,” se dijo en voz baja. “Ahora sé por qué tuviste que hacerlo.”

Fuente: Afterhours Insp. Stories

Cesta de Amor

"Aún en la vejez darán fruto; estarán vigorosos y verdes..."
Salmo 92:14

María, una señora jubilada, iba todos los jueves a visitar a algunas personas que tenía en su lista. Algunas vivían en residencias de ancianos, otras estaban solas en su casa. Agradecida de que todavía podía conducir su automóvil, María llenaba una cesta con guineos maduros, flores y algunas veces colocaba un cassette con la grabación del servicio del domingo de su iglesia. Más que nada, ella se sentaba al lado de la cama de alguna frágil señora. Aunque la señora no le respondiera, María la trataba con ternura, como si escuchara y entendiera cada palabra. Le comentaba los acontecimientos del momento, le leía las Escrituras y oraba, y luego le daba un beso de despedida y antes de retirarse, le decía: "Te veré la semana que viene."

A medida que las amigas de María iban muriendo, ella se sentía triste porque las extrañaba, pero nunca dejaba de servir al Señor. Encontraba nuevas amigas y seguía compartiendo el amor de Dios hasta que Él la llamara a su hogar celestial.

Como una firme cesta utilizada para una gran variedad de necesidades prácticas, María llenaba su corazón y su vida de amor hacia los demás. Con el tiempo y mucho uso, las cestas pueden quedar en desuso, pero Dios sigue utilizando a sus hijos para ayudar a otros, siempre y cuando estemos dispuestos.  Ya sea que ministremos por medio de la oración, supliendo sus necesidades físicas, enviándoles tarjetas, o simplemente haciendo una llamada telefónica, todavía podemos servir a Dios.

María, no solo creía en Dios; ella vivía la fe compartiendo su cesta de amor de Dios con todos los que le rodeaban.

Cuando se Conoce la Verdad

El tren comenzó a moverse. Iba lleno de gente de todas las edades, la mayoría obreros y jóvenes universitarios. Cerca de la ventana se sentaba un anciano con su hijo de 30 años, quien iba sobrecogido de gozo, encantado por el paisaje de afuera.

-"Mira, papá, el paisaje de los árboles verdes es  hermoso".

La conducta del muchacho hizo que los demás pasajeros se molestaran. Todos comenzaron a murmurar acerca del joven por su extraño comportamiento.

-"Este tipo parece estar loco", un hombre le susurró a su esposa.

De repente comenzó a llover. Las gotas de lluvia caían sobre los pasajeros a través de la ventana abierta donde estaban sentados el anciano con su hijo. El muchacho, lleno de gozo decía: "Mira, papá, cuán hermosa es la lluvia..."

La esposa del hombre se molestó por las gotas de agua que mojaban su vestido nuevo. Ésta le dijo a su esposo: “¿No ves que está lloviendo? Usted, anciano, si su hijo no se siente bien, llévelo pronto a un asilo mental y no moleste a los demás".

El anciano titubeó primero pero, entonces, en tono muy bajo, contestó:  -“Regresamos a casa del hospital. Mi hijo fue dado de alta esta mañana. Hace sólo una semana que recobró la vista, pues, nació ciego. La naturaleza es nueva a sus ojos. Por favor, perdonen la inconveniencia.”

Comentario: ¡Cuántas veces pasamos juicio sobre la conducta de otras personas sin conocer la verdad! ¡De cuántas maneras ofendemos por apresurarnos a hablar lo que no es! ¡En cuántas ocasiones llegamos a conclusiones erróneas por dejarnos llevar por las apariencias! La empatía necesaria brilla por su ausencia en muchos corazones. ¡Cuánta injusticia se comete con el prójimo, no sólo en los tribunales, sino en toda la sociedad! “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”. 1Corintios 2:9

Por: Autor Desconocido

Una Buena Lección

Un joven universitario salió a dar un paseo con uno de sus profesores a quien los alumnos consideraban su amigo, por la bondad que le distinguía para con los estudiantes que seguían sus consejos. En el camino vieron un par de zapatos viejos y supusieron que pertenecían a un anciano que trabajaba en el campo del lado y que a esa hora estaba por terminar sus labores diarias.

El alumno dijo al profesor:

-Hagámosle una broma, escondamos los zapatos y ocultémonos detrás de esos arbustos para ver su cara cuando no los encuentre.

-Mi querido amigo -le dijo el profesor-, nunca debemos divertirnos a expensas de los demás. En lugar de eso tú puedes darle una alegría a este hombre. Coloca una moneda en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver cómo reacciona cuando las encuentre.

El joven hizo como le sugirió el profesor, y ambos se ocultaron entre los arbustos cercanos. El hombre trabajador, al terminar sus tareas del día, llegó a buscar sus zapatos y su abrigo. Mientras se ponía el abrigo deslizó un pie en el zapato, pero al sentir algo adentro, se agachó para ver qué era y encontró la moneda. Asombrado, se preguntó qué pudo haber pasado. Miró la moneda, le dio vuelta y la volvió a mirar. Luego miró a su alrededor, para todos lados pero no vio a nadie. La guardó en el bolsillo y se puso el otro zapato; su sorpresa fue doble al encontrar la otra moneda. Los sentimientos lo sobrecogieron; cayó de rodillas y levantó  la vista al cielo pronunciando un ferviente agradecimiento en voz alta, mencionando a su esposa enferma y a sus hijos que no tenían pan y debido a una mano generosa desconocida podrían comer esa tarde.

El estudiante quedó profundamente afectado y se le llenaron los ojos de lágrimas.

-Ahora –dijo el profesor-, ¿no estás más complacido que si le hubieras hecho una broma? El joven respondió:

-Usted me ha enseñado una lección que jamás olvidaré. Ahora entiendo algo que antes no entendía: Es mejor dar que recibir.

Tomado de: Historias de aliento para la familia

Autor Desconocido

Mi Primera Navidad

Yo tenía 8 años de edad cuando llegamos a los Estados Unidos de América después de muchos años en los campos de concentración. Éramos cinco hermanos, yo era la mayor, y mi mamá. Mi padre había muerto y mi mamá tomó la difícil decisión de venir a los Estados Unidos. Nos alojamos en un sector muy pobre. Nunca habíamos escuchado sobre la Navidad, pero ese primer año en esta nación vivimos nuestra primera experiencia.

Una noche mientras nos retirábamos a descansar, escuchamos toques en la puerta. Uno de mis hermanos abrió y ahí estaban unas personas mayores paradas con bolsas de comida en sus manos. Nosotros no hablábamos ni una palabra en Inglés, pero les dejamos entrar de todas maneras. Se sentaron y comenzaron a entonar cánticos de Navidad. Nos sentimos regocijados y tratamos de cantar con ellos. Intentaron comunicarse pero no lo lograron. Permanecieron junto a nosotros de 10 a 15 minutos, luego se retiraron. Tan pronto salieron fuimos por las bolsas de comida. Había cereales, galletas, comida enlatada y muchas otras cosas más. Eran comestibles que no acostumbrábamos a comprar pues eran muy costosos. Fue una gran Navidad para nosotros pues pudimos disfrutar de comida con la que no contábamos.

Esa primera Navidad ha permanecido en mi memoria y la he compartido con mis hijos. No se trata de cuántos regalos puedan recibir o cuán costosos estos sean, pues eso, con el tiempo, se borrará de la memoria, pero el verdadero regalo es la experiencia de compartir con alguien que sea menos afortunado. Donde quiera que se encuentren quiero darle las gracias.  Estoy segura que su gesto de bondad contribuyó a formarme y a valorar las cosas en la vida.

Por: Meyian

Cuando Dios mide a las personas, coloca la cinta métrica alrededor
del corazón y no de la cabeza.

Una Historia de Acción de Gracias

“Sobrelleven unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo.” Gálatas 6:2

Era la víspera del Día de Acción de Gracias, el primero que mis tres hijos y yo pasaríamos sin su padre, quien se había ido varios meses atrás. Los dos niños mayores estaban enfermos con gripe, y al menor le habían recomendado descanso en cama por una semana.

Era un día frío y nublado y estaba lloviznando. Mi cansancio iba en aumento mientras me movía de un sitio a otro tratando de atender a cada uno de mis hijos: termómetros, jugo, pañales, etc. Los líquidos que debía darle se me estaban agotando rápidamente y cuando busqué en mi bolso, solamente encontré $2.50… y se suponía que esa cantidad me durara hasta el final del mes. En eso oí sonar el teléfono.

Era la secretaria de la iglesia donde antes asistíamos. Me dijo que habían estado pensando en nosotros y que tenía algo para darnos de parte de la congregación. Le dije que iba a salir a comprar más jugo y sopas para los niños y que pasaría por allá de camino al mercado.

Llegué a la iglesia justo antes de la hora de almuerzo. La secretaria me recibió en la puerta y me entregó un sobre especial de regalo. “Pensamos en ti y en los chicos a menudo,” me dijo; “los tenemos en nuestros corazones y oraciones. Les amamos.” Cuando abrí el sobre, contenía dos certificados de alimentos por el valor de $20 cada uno. Me sentí tan conmovida que comencé a llorar. “Muchas gracias,” le dije, mientras nos abrazábamos. “Por favor, llévale nuestro amor y agradecimiento a la iglesia.”

Luego me dirigí a una tienda cerca de nuestra casa y compré algunos artículos que necesitaba con urgencia para los niños. La cantidad a pagar era un poco más de $14, por lo que le entregué uno de los certificados de regalo a la cajera. Ella lo tomó y se viró de espalda por un tiempo que consideré algo prolongado. Pensé que había algo mal y le dije, “Ese certificado de regalo ha sido una gran bendición. La iglesia donde asistíamos nos lo regaló sabiendo que soy una madre soltera tratando de subsistir.”

La cajera se dio vuelta con lágrimas en sus ojos llenos de ternura y contestó, “¡Querida, qué bueno, eso es tremendo! ¿Tienes un pavo?”

“No, está bien, pues mis hijos están enfermos de todas maneras.” le contesté. Entonces me preguntó, “¿Tienes algo más para la cena de Acción de Gracias?” Nuevamente le contesté, “No.”

Después de darme lo que sobró del certificado, me miró y me dijo, “Querida, no puedo decirte el porqué ahora mismo, pero quiero que regreses al interior de la tienda y tomes un pavo, pastel de calabaza y cualquier otra cosa que necesites para la cena de Acción de Gracias.”

Me quedé estupefacta y las lágrimas comenzaron a fluir. “¿Estás segura?” Le pregunté. “Sí. Toma todo lo que necesites y coge también más jugo para los chicos.”

Me sentí incómoda al regresar a tomar más alimentos, pero seleccioné un pavo fresco, batatas y papas y algunos jugos para los niños. Luego regresé donde estaba la misma cajera. Mientras colocaba los alimentos en el mostrador, ella me miró con lágrimas en sus ojos y comenzó a hablar.

“Ahora te puedo decir. Esta mañana oraba para que pudiera ayudar a alguien en el día de hoy, y llegaste tú.” Buscó su bolso que estaba debajo del mostrador y sacó un billete de $20. Pagó por mis alimentos y luego me entregó el cambio. De nuevo me puse a llorar.

La dulce joven me dijo, “Soy cristiana. Este es mi número de teléfono por si alguna vez necesitas algo” Luego tomó mi cabeza en sus manos, me dio un beso en la mejilla, y me dijo, “Dios te bendiga, querida.”

Mientras caminaba hacia mi automóvil me sentí profundamente conmovida por el amor de una persona extraña y por realizar cuánto Dios ama a mi familia manifestando su amor a través de gente bondadosa.

Ese año se suponía que los niños pasaran el Día de Acción de Gracias con su padre, pero debido a la gripe tuvieron que quedarse conmigo y pasamos un Día de Acción de Gracias verdaderamente especial. Se sintieron mejor y todos pudimos comer de lo sabroso de la generosidad del Señor, y nuestros corazones se desbordaron en agradecimiento…

Por: Andrea N. Mejía

“El que siembra escasamente, también segará escasamente;
y el que siembra generosamente, generosamente también segará.

Y poderoso es Dios para hacer que abunde en ustedes toda gracia, a fin de que teniendo todo lo suficiente, abunden para toda buena obra. Como está escrito: Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre.” 2 Corintios 9:6,8-9

LA LECCIÓN DEL ANILLO

Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa y de tan poco valor que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?"

El maestro sin mirarlo, le dijo: Cuánto lo siento muchacho, debo resolver primero mi propio problema, quizás después. Y haciendo una pausa agregó: Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar a ti.

Encantado, maestro, titubeó el joven, sintiendo que otra vez era desvalorizado, y sus necesidades postergadas.

Bien, asintió el maestro mientras se quitaba un anillo que llevaba en el dedo pequeño y dándoselo al muchacho, agregó: toma el caballo que está allá afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pedía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, uno ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a todo el que veía en el mercado, más de cien personas, y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó. Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro, podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

Entró en la habitación. Maestro, dijo, lo siento, no pude conseguir lo que me pediste.Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que pueda engañar a nadie con respecto al valor real del anillo.

-Qué importante lo que acabas de decir, joven amigo, contestó sonriente el maestro. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quieres vender el anillo y pregunta cuánto te da por él, pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas.  Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo: Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por él.

58 MONEDAS !!!!!!!!!!!!!!!!! Exclamó el joven.

Si -replicó el joyero- yo sé que con más tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé ... si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.

Siéntate, dijo el maestro después de escucharlo. -Tú, al igual que este anillo, eres una joya valiosa y única, y como tal, sólo puede valorarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? 

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.

Autor Desconocido

La Tensión y la Serenidad

"Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando
llegó la noche, estaba allí solo." Mateo 14:23

"Linda," le dijo la menuda empleada del supermercado a una señora, "todas las personas que conozco dicen que están agotadas". Respiró profundamente, se sacó de la cara un mechón de cabello castaño que le tapaba los ojos azules, y siguió cobrando la mercancía.

La tensión se ha convertido en algo muy común, sobre todo en la última década. En algún momento de la vida, a todos nos abruman las muchas cosas que tenemos que hacer y las tendencias perfeccionistas.

En el artículo "Confesiones de un adicto al trabajo" el psiquiatra Paul Meier escribió: "Habiendo crecido con una sobredosis de ética laboral evangélica, fui un alumno sobresaliente que, de alguna manera, me extralimitaba...Era un adicto al trabajo de primera clase y estaba orgulloso de mí mismo. Creía que eso era lo que Dios quería de mí."

Pero después, con la ayuda de algunos amigos, la convicción del Espíritu Santo y la enseñanza bíblica, el Dr. Meier estableció nuevas prioridades. En su lista figuraba primero: "Conocer a Dios personalmente."

Hizo la siguiente observación: "Aprendí a aceptar que vivo en un mundo imperfecto. No tengo que tratar de suplir todas las necesidades de mis semejantes. Aprendí a confiar en Dios en vez de salir a auxiliar al mundo. De todas maneras, Él va a hacer el trabajo mucho mejor."

También Jesús debe de haberse sentido exhausto por las exigencias que recaían sobre su persona. Cuando se fue a orar a solas, nos dio un significativo ejemplo que debemos seguir todos los días.

"Querido Padre celestial, ayúdame a que la serenidad sea una prioridad en mi vida, sin importar la hora del día. En todo momento, puedo venir solo al huerto y escuchar tu voz."

¿Cómo se vive en tu Pueblo?

Este era un anciano muy sabio. Cada día se sentaba frente a una estación de gasolina y saludaba a cuanto motorista pasaba por el pueblito. Un día, su nietecita quiso acompañarlo y sentándose al pie de su silla, así pasó con él todo el tiempo.

Mientras observaban a la gente entrar y salir, un hombre muy alto, que de seguro era un turista pues ellos conocían a todos en el pueblo, miraba alrededor examinando el área como buscando un sitio donde establecerse. El extranjero se le acercó al anciano y le preguntó: “¿Qué clase de pueblo es el que estamos?” El anciano se viró hacia  él y le contestó: “Bueno, ¿de qué clase de pueblo es usted?” Le dijo el turista: “En mi pueblo todos se critican unos a otros. Los vecinos se la pasan murmurando de los demás, y es un sitio bien negativo para vivir. Yo me alegro de haber salido de allí. No es un sitio agradable.” El anciano miró al extranjero y le dijo: “¿Sabe usted algo? Asimismo es aquí en este pueblo.”

Como una hora más tarde, una familia que también pasaba por allí, se detuvo a comprar gasolina. El automóvil entró a la estación lentamente y paró frente a donde se encontraban sentados el anciano con su nieta. La mamá salió del auto con sus dos niños y le preguntó al anciano por los baños. El anciano señaló hacia el lugar donde éstos se encontraban. Luego se bajó el padre y también preguntó al anciano: “¿Es este pueblo un sitio bueno para vivir?”  Le contestó el anciano: “¿Cómo es el pueblo de donde es usted?” El hombre lo miró y le dijo: ”Bueno, en mi pueblo todo el mundo es bien unido y siempre deseosos de ayudar al vecino. Dondequiera que uno va siempre lo reciben con Hola y Gracias. Realmente detesto tener que dejarlo. Me siento como si dejara a mi familia.” El anciano miró al hombre y dándole una sonrisa le dice: “¿Sabe? Hay un gran parecido con este pueblito.” La familia entró al auto, le dieron las gracias, se despidieron saludando con la mano y siguieron su camino.

Cuando la familia ya iba lejos, la nietecita miró a su abuelo y le preguntó: “Abuelo, ¿cómo es que al primer hombre tú le dijiste que este pueblo era un sitio horrible para vivir y a la familia que también paró le diste a entender que era un lugar maravilloso.” Con mucho cariño, el abuelo miró los ojitos intrigados de su nietecita y le dijo: “No importa a donde te vayas, contigo se irán tus actitudes y toda tu manera de ser y eso es lo que hace que el lugar donde vivas sea terrible o sea maravilloso.”

De: Stories for the Heart. Compiladas por: Alice Gray

La Ley del Camión de Basura

Me subí a un taxi rumbo a la Estación del tren y llendo por el carril de la derecha por poco nos estrellamos con un carro que así de repente salió como un meteoro de donde estaba estacionado. El conductor del taxi en que iba alcanzó a frenar todo lo que pudo, casi le pegamos al auto que quedó frente a nosotros. Después de ésto, el tipo que casi causó el accidente, asomando la cabeza por la ventana, comenzó a gritarnos una cantidad de insultos horribles.

Todavía recuperándome del susto, lo que acabó de sacarme de mis casillas fue la actitud del chofer de mi taxi, quien en forma extremadamente amistosa y cortés le sonreía y saludaba con la mano al conductor del otro auto como si nada hubiera pasado. Yo estaba furioso y confundido, pero no me quedé con las ganas y le pregunté al taxista que por qué se sonreía y saludaba al tipo que casi nos hizo chocar, arruinar su taxi y posiblemente hasta enviarnos al hospital. Entonces, el taxista con voz pausada me contó lo que ahora yo llamo "La Ley del Camión de Basura".

Mire, me dijo: ¿Ve aquel camión de basura? -Sí, le contesté -¿y eso qué tiene que ver? -Pues, así como esos camiones de basura, hay muchas personas que van por la vida llenos de basura: frustración, rabia, y decepción. La basura se les va acumulando y necesitan encontrar un lugar donde vaciarla, y si usted los deja, seguramente vaciarían toda la basura en usted. Por eso cuando alguien quiere vaciar su basura en mí, no me lo tomo personal; sino tan sólo sonrío, saludo, le deseo todo el bien del mundo y sigo mi camino. Hágalo usted también y le agradará el haberlo hecho, se lo garantizo.

A partir de ese día comencé a pensar qué tan a menudo permito que estos Camiones de Basura me atropellen; y me pregunto a mí mismo cuán a menudo recojo esa basura y la esparzo a otra gente en casa, en el trabajo o en la calle. Así que me prometí que ya jamás lo iba a permitir. Comencé a ver camiones de basura y así como el niño de la película "El Sexto Sentido" decía que veía a los muertos, bueno ahora así yo veo a los Camiones de Basura. Veo la carga que traen, los veo que me quieren echar encima su basura, sus frustraciones, sus rabias y sus decepciones y tal y como el taxista me lo recomendó, no me lo tomo personal, tan sólo sonrío, saludo, les deseo lo mejor y sigo adelante.

Las personas responsables saben que tienen que estar listos para llegar a su trabajo en el mejor estado de ánimo, y a sus hogares llenos de paz para recibir a sus hijos con besos y abrazos. Deben estar física y mentalmente saludables para aquellos que realmente son importantes. En resumen, la gente exitosa no permite que los Camiones de Basura le trastornen su día y los saque de carrera.

Autor Desconocido

 

 

 

 

 

 

 

¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra Paz, buena voluntad para con los hombres! Lucas 2:14

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz

 


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