El que tiene a Dios, lo tiene todo
Esta era una familia que no era ni rica ni pobre. Vivían en una pequeña, pero acogedora, casa de campo. Una noche, mientras se sentaban juntos para cenar, alguien tocó a la puerta. El padre se levantó para ver de quién se trataba.
Ahí estaba un hombre viejo con ropa destartalada, pantalones gastados y sin botones; cargaba una canasta llena de verduras. Le preguntó a la familia si querían comprarle algunas. Para que se fuera rápido, ellos aceptaron.
Las visitas del hombre se repitieron y con el pasar del tiempo, la familia y el hombre viejo se hicieron muy amigos. El hombre le traía verduras cada semana a la familia. Se enteraron que él era ciego, pero era tan amigable, que esperaban ansiosamente su llegada para dialogar y disfrutar de su compañía.
Un día, mientras entregaba las verduras, les dijo:
- ¡Ayer recibí la más grande bendición! Encontré una canasta llena de ropa que alguien me dejó frente a la puerta de mi casa. La familia, viendo la condición de su ropa y la necesidad que tenía de ella, dijo:
-¡Qué maravilloso! ¡Cuánto nos alegramos!
El hombre viejo y ciego, pero con un rostro que brillaba de alegría, dijo:
-La parte más maravillosa de todo esto es que encontré una familia que verdaderamente necesitaba esa ropa. La necesitaba más que yo…
Recuerda, la felicidad no depende de lo que tienes. Más importante que eso es tener corazón humilde y generoso. El que tiene a Dios, lo tiene todo, por lo que es feliz haciendo felices a otros.
Por: Autor Desconocido
Un corazón dadivoso no espera recompensa ni elogios; tampoco supone un sacrificio su acción de caridad, porque al dar, lo hace con alegría.
“El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado.” Proverbios 11:25
El Náufrago
El único sobreviviente de un naufragio llegó a una pequeña e inahabitada isla. Comenzó a orar fervientemente, pidiéndole a Dios que enviara a alguien que lo rescatara. Todos los días miraba al horizonte para ver si aparecía alguna ayuda, pero ésta nunca llegaba.
Cansado de esperar y resignado a su suerte, comenzó a construir una pequeña cabaña con los materiales que pudo conseguir en los alrededores para protegerse y asegurar las pocas posesiones que tenía. Un día, salió temprano a buscar comida, y cuando regresó encontró su pequeña choza envuelta en llamas; el humo era tanto que subía al cielo. Lo peor de todo fue que había perdido todas sus pertenencias. No podía explicarse qué pudo haber ocasionado el fuego.
Al encontrarse en semejante situación, la confusión se apoderó de él y muy enojado con Dios, le decía llorando: “Oh, Dios, ¿Cómo pudiste hacerme esto?” Agobiado por el llanto se quedó dormido sobre la arena.
Temprano en la mañana del día siguiente, escuchó asombrado un sonido y al mirar, vio un barco que se iba acercando a la isla. Llegaron a rescatarlo y éste, extrañado, le preguntó a sus tripulantes, “¿Cómo sabían ustedes que yo estaba aquí?” Sus rescatadores le contestaron: “Vimos las señales de humo que nos enviaste.”
¡Qué fácil es enojarse cuando las cosas nos van mal! Pero nunca debemos perder la fe, pues Dios está trabajando en nuestras vidas en medio de toda circunstancia. Recuerda… la próxima vez que tu choza se queme, puede ser simplemente una señal de humo salida de la Gracia de Dios para bendecirte.
Por todas las cosas que nos parecen negativas, debemos de creer que: “En ellas está Dios con una respuesta positiva.”
Por: Autor Desconocido
“Bendeciré al Señor en todo tiempo;
su alabanza estará de contínuo en mi boca.” Salmo 34:1
Hay Alguien que vela por mí
Años atrás salí con una amiga de escuela superior a ver una película un viernes en la noche. Al salir del cine nos fuimos caminando un tramo de 20 calles hacia mi casa.
De pronto, en una calle oscura, aparecieron dos sujetos con una apariencia que atemorizaban. Comenzaron a acecharnos y, asustadas, comenzamos a correr tan rápido como pudimos. Cruzamos patios y hasta tocamos a la puerta de una de las casas, mientras veíamos que éstos avanzaban. Había gente en la casa donde tocamos pero no nos abrieron.
Comenzamos a orar: “Señor, ayúdanos.” Seguimos corriendo temiendo por nuestras vidas. De pronto, vimos un carro estacionado en la calle con dos hombres de caras bondadosas, uno en el interior y el otro afuera. Como si nos hubieran estado esperando, el que estaba afuera nos dijo: “Suban, sabemos que están en peligro; las llevaremos a su casa.”
Siendo dos jovencitas en un tiempo en que no era común el aceptar salir con extraños, pero no teniendo otra alternativa en ese momento, subimos al auto. Los hombres, sin preguntarnos por dirección alguna nos llevaron directamente a mi casa. Al salir del auto, les dimos las gracias por habernos auxiliado en lo que para nosotras fue una horrible experiencia.Su respuesta fue tan sólo: “No teman.”
Nos dirigimos hacia la puerta, sintiéndonos increíblemente agradecidas de estar de vuelta en casa y vivas. Mientras sacaba la llave para entrar, Lucy y yo nos viramos para decirle adiós a los hombres. ¡No estaban, ni ellos ni el carro! Se desvanecieron como por arte de magia. No escuchamos el sonido del carro cuando salieron ni vimos el carro a la distancia.
Esa misma noche había salido mi mamá en transportación pública como acostumbraba, y al bajar de la guagua, alguien intentó atacarla. Cuando todos sus esfuerzos por defenderse resultaron inútiles, apareció un carro a su lado que hizo que el asaltante saliera huyendo. El conductor no se bajó pero no se fue hasta ver que ella estaba bien. ¿Serían ángeles enviados por Dios para cuidarnos? ¡Cuanto nos ama el Señor!
Tomado del Libro de Lynn Valentine: Miracles
El Salvavidas
Esto sucedió cuando yo tenía diez años. Mi padre nos llevó a un lugar llamado Galveston Island. Habíamos terminado de comer y mi hermano y yo nos fuimos a la playa sin avisarle a papá adonde íbamos.
Llegamos a la orilla y yo entré al agua mientras mi hermano se quedó jugando en la arena. Comencé a nadar pero, en un momento dado, mientras nadaba, la corriente me alejaba más y más de la playa. Cuando realicé que ya no podía tocar el suelo el pánico se apoderó de mí. Le grité a mi hermano mientras batallaba furiosamente en el agua. Vi que mi hermano corrió hacia la casa donde se encontraba mi padre, pero mi energía se desvanecía y comencé a hundirme bajo la superficie. Sólo podía ver agua oscura encima de mí.
De improviso, la cara de un hombre apareció sobre mí. Entró a lo profundo del agua y me sacó a la superficie. Era una persona de rasgos casi perfectos. Permaneció en silencio y no hubo en él expresión facial alguna. No parecía humano. Me llevó adonde el agua me llegaba a las rodillas y luego me sentó. En ese momento me doblé para coger aire y respirar y cuando me levanté para darle las gracias, ya no estaba.
Caminé hacia la orilla y le pregunté a mi hermano si había visto al hombre que acababa de salvarme la vida. Me miró como si yo hubiera estado loco, y dijo, “¿cuál hombre? Somos los únicos en este lugar; no hay más nadie en el agua. Miré alrededor y me di cuenta que era cierto. Podíamos ver millas de playa y no había ni una persona cerca.
Por: Brian Allen
Tomado del Libro de Lynn Valentine: Miracles
“¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas.” Salmo 36:7
Una buena Lección
Un joven universitario salió a dar un paseo con uno de sus profesores a quien los alumnos consideraban su amigo, por la bondad que le distinguía para con los estudiantes que seguían sus consejos. En el camino vieron un par de zapatos viejos y supusieron que pertenecían a un anciano que trabajaba en el campo del lado y que a esa hora estaba por terminar sus labores diarias.
El alumno dijo al profesor:
-Hagámosle una broma, escondamos los zapatos y ocultémonos detrás de esos arbustos para ver su cara cuando no los encuentre.
-Mi querido amigo -le dijo el profesor-, nunca debemos divertirnos a expensas de los demás. En lugar de eso tú puedes darle una alegría a este hombre. Coloca una moneda en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver cómo reacciona cuando las encuentre.
El joven hizo como le sugirió el profesor, y ambos se ocultaron entre los arbustos cercanos. El hombre trabajador, al terminar sus tareas del día, llegó a buscar sus zapatos y su abrigo. Mientras se ponía el abrigo deslizó un pie en el zapato, pero al sentir algo adentro, se agachó para ver qué era y encontró la moneda. Asombrado, se preguntó qué pudo haber pasado. Miró la moneda, le dio vuelta y la volvió a mirar. Luego miró a su alrededor, para todos lados pero no vio a nadie. La guardó en el bolsillo y se puso el otro zapato; su sorpresa fue doble al encontrar la otra moneda. Los sentimientos lo sobrecogieron; cayó de rodillas y levantó la vista al cielo pronunciando un ferviente agradecimiento en voz alta, mencionando a su esposa enferma y a sus hijos que no tenían pan y debido a una mano generosa desconocida podrían comer esa tarde.
El estudiante quedó profundamente afectado y se le llenaron los ojos de lágrimas.
-Ahora –dijo el profesor-, ¿no estás más complacido que si le hubieras hecho una broma?
El joven respondió:
-Usted me ha enseñado una lección que jamás olvidaré. Ahora entiendo algo que antes no entendía: Es mejor dar que recibir.
Tomado de: Historias de aliento para la familia
Autor Desconocido
Experiencia de Amor
Cierto día un hombre, en una conversación con Dios, le dijo:“Dios, me gustaría saber cómo son el cielo y el infierno.” Dios llevó al hombre a un lugar donde había dos puertas. Abrió la primera y el hombre se asomó para mirar. En medio del salón vió una mesa con una gran olla en el medio de donde emanaba un olor delicioso; al hombre se le hizo la boca agua. Alrededor de la mesa había gente bien delgada; se veían tristes, enfermos y hambrientos. Sostenían cucharas con mangos muy largos atados a sus brazos. Cada uno podía meter la cuchara dentro de la olla y tomar una cucharada de comida, pero, porque el mango era más largo que sus brazos, no podían acercar las cucharas a sus bocas para comer. Ante semejante cuadro de miseria y sufrimiento, el hombre se estremeció. ¡No podía creer lo que estaba viendo!
Después de ésto, caminaron hasta la segunda puerta y la abrieron. El salón era exactamente igual al anterior, con una olla de comida en el centro de una mesa . De la olla salía un aroma tal que le abrió el apetito al hombre. La diferencia estaba en la gente, que en ese caso, parecían muy bien alimentadas; la salud se le reflejaba en sus rostros. Disponían de las mismas cucharas de mangos largos pero se reían y hablaban.
El hombre le dijo a Dios: ¡No entiendo!
–“Es simple”, le dijo Dios. “Esto requiere una habilidad…Mira: Estos han aprendido a alimentarse uno al otro, mientras que los primeros por su egoísmo, piensan solamente en ellos mismos.”
El verdadero amor se demuestra dando y compartiendo. Jesús murió para darnos todo… por amor. Cuando fue a la cruz y murió, lo hizo, no pensando en Él, sino en nosotros. Él dio su vida por amor.
Autor Desconocido
“El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado.” Proverbios 11:25
Los
Tres Deseos
Un joven, agotado por el cansancio del trabajo de ese día, llegó a su casa rendido; se tiró en su butaca y al instante se quedó dormido. En ese lapso de tiempo tuvo el siguiente sueño:
“Una secretaria, un asesor legal y un socio de una gran empresa jurídica se dirigen a almorzar. En el trayecto, encuentran una antigua lámpara de aceite. En son de broma la frotan y aparece un genio en una nube de humo que les dijo: -Acostumbro a conceder sólo tres deseos, de modo que le daré uno a cada uno de ustedes.
-¡Yo primero! -dijo la secretaria-. Quiero estar en Bahamas, conduciendo una lancha de motor, lejos del mundo. Enseguida, la mujer desapareció.
-¡Voy yo! -exclamó el asesor legal -Quiero estar en Hawaii, relajándome en la playa con un suministro inagotable de piñas coladas y el amor de mi vida. Al decir ésto, también se esfumó.
-¡Quedas tú! -indicó el genio al socio de la gran empresa jurídica.
Este último dijo:
-Quiero a estos dos en la oficina tan pronto termine el almuerzo.”
El joven despertó bruscamente y comenzó a analizar su experiencia.
Por generaciones se nos ha dicho que podemos "obtenerlo todo", pero, no contamos con el tiempo suficiente y mucho menos, con una lámpara mágica que lo haga por nosotros. Sin embargo… yo no querría todo eso, si pensara que no me iba a producir bienestar y sí, todo lo contrario.
No obstante, existe un sendero más simple para una vida plena. Consideremos estos 3 puntos:
1. No te preocupes. -Él te ama. (Juan 13:1)
2. No desfallezcas. -Él te sostiene. (Salmo 139:10)
3. No temas. -Él te guarda. (Salmo 121:5)
Es factible tenerlo todo... si permitimos que Dios sea nuestro "todo".
¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti? Y fuera de ti, nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. Salmo 73:25-26
Autor Desconocido
A punto de Claudicar
Años atrás sentí que mi mundo se desmoronaba. Fue un tiempo increíblemente duro en mi vida. Todo parecía ir mal para mí. Estaba sobrecargada de trabajo y agotada por tratar de terminar mi carrera universitaria mientras trabajaba de noche como enfermera. Trataba de reponerme de un rompimiento amoroso, mis padres se habían ido de vacaciones por casi 2 meses y yo estaba sola en la casa con mi computadora que acababa de dañarse; aunque todo eso no era lo más grave.
La crisis real se debía a que había recibido los resultados del examen para entrar a la escuela de medicina, y eran muy bajos para poder ser admitida. Yo había estudiado día y noche por meses para ese examen. Ser doctora había sido mi sueño de toda la vida. Sentía que todos esos años de dormir poco y trabajar demasiado habían sido una pérdida total. Lloraba por el fracaso de mis aspiraciones; estaba deprimida y hecha pedazos. Pensé que debía buscar otro trabajo que no me recordara mi fracaso. Mientras lloraba con mi mamá, quien canceló su viaje para estar conmigo, ella me dijo que orara para que Dios me ayudara y me guiara. Eso era lo que podía hacer y fue exactamente lo que hice.
Días más tarde, un amigo me consolaba por teléfono mientras yo lloraba. Me contó una anécdota sobre Abraham Lincoln que yo desconocía. Me decía que todo lo que él hizo en su juventud fue fracaso tras fracaso, y luego, como sabemos, alcanzó el éxito. Esas fueron sus palabras.
Al siguiente día fui a una tienda. Mientras esperaba en la fila para pagar, algo me llamó la atención. En el monitor de la cajera había una foto de Abraham Lincoln con una inscripción que decía: “Fracasado, Fracasado, Fracasado. Y luego… Persistencia. Pásalo a otro.” En ese mismo instante sonó mi teléfono celular. Era mi amigo, quien, la noche antes me había dicho exactamente esas mismas palabras. Era obvio que estaba recibiendo un mensaje que no podía pasar por alto.
Desde ese día en adelante las cosas empezaron a mejorar y los problemas a solucionarse. Lo más importante de todo… Hoy estoy terminando mis estudios de medicina, tengo un promedio perfecto y estoy en el lugar más alto de mi clase. “Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes.” Salmo 27:13
Por: Autor Desconocido
El Mono Tonto
¿Sabes cómo cazan al mono en africa? De una forma muy ingeniosa. Atan bien fuerte a un árbol una bolsa de piel con arroz, la comida favorita del mono. En la bolsa hay un agujero de tamaño tal que pueda pasar justamente la mano del mono, pero una vez llena el puño de arroz, no puede sacarla de nuevo. ¡Pobre mono! Va al árbol, mete la mano en la bolsa y la llena con la exquisita comida que luego no puede comer.
No puede sacar el puño a menos que… En ese momento sale el cazador; el pobre mono grita, salta, y se debate... en vano. El cazador lo apresa sin remedio. Sin embargo, el tonto mono no hubiera tenido más que abrir la mano y soltar el botín, y estaba a salvo. ¡Ah, sí! Pero prefiere el cautiverio, prefiere la muerte antes que desprenderse del botín.
Cuidado, hijo/a, no te aprisione también a ti por aquello que no quieres soltar. No te vayan a arrastrar a sus cárceles las negras pasiones.
”El sabio teme y se aparta del mal; mas el insensato se muestra insolente y confiado.” Proverbios 14:1
Autor Desconocido
Comentario: Hay ciertos asuntos en la vida de muchos que están siendo impedimento para que puedan disfrutar de una vida plena y abundante. Estos están obstaculizando el libre fluir de las bendiciones que Dios tiene para ellos. Seamos valientes y pongamos en balanza lo verdadero y permanente y que trae tras sí la bendición, y aquello que es ilusorio y temporero y que esconde en sí la maldición. ¿Qué prefieres? ¿Hacia cual lado se inclina tu balanza?
Si hay algo en tu vida que va en contra de los principios divinos, pero no lo quieres dejar, no te extrañe que sean las consecuencias que le siguen lo que te quiere robar la paz. Dios está dispuesto a ayudarnos, si decidimos poner la casa en orden y mantenerlo a Él en primer lugar. “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas te serán añadidas.” Mateo 6:33
Honestidad
Desde la niñez, somos enseñados que la honestidad es el mejor principio, pero en ocasiones es tan difícil ser honesto y tan fácil ser menos que honesto. Entonces, nos convencemos a nosotros mismos que está bien decir pequeñas mentiras blancas. Pero hay un problema: Las pequeñas mentiras blancas tienden a crecer y cuando ésto sucede llega la confusión y el dolor a nuestras vidas.
Para los cristianos, el asunto de la honestidad no es un tema para debatirse. No solamente es esto el mejor principio, es el principio de Dios, simple y sencillamente. Si somos hijos de Dios y vivimos para agradarle, evitaremos toda mentira por piadosa que ésta sea.
Hoy mismo podrías verte tentado/a a sembrar la semilla de la decepción en la forma de una inofensiva mentira blanca. Resiste la tentación. La verdad es el camino de Dios, y una mentira, del color que sea, no lo es. Los que somos de Dios siempre hablamos VERDAD.
Tomado del libro: Integrity
Hay que ser como niños
En el libro “Nada me Faltará”, de Robert Ketchum, se cuenta la historia de una maestra de escuela dominical que pregunta a sus alumnos si alguno sabía de memoria todo el Salmo 23. Entre los que levantaron la mano, estaba una nenita rubia de cuatro años y medio. Un poco escéptica, la maestra le preguntó si de veras podía decir el salmo entero de memoria. La pequeña pasó al frente, se paró delante de toda la clase e inclinando un poco la cabeza dijo: “El Señor es mi pastor, y es todo lo que me hace falta.” Hizo una reverencia y volvió a su asiento. Puede que esa sea la mayor interpretación del Salmo 23 que jamás hayamos escuchado.
Historias para el corazón de la Familia
La Operación
Mientras almorzaba con un grupo de personas, me puse a hablar con un cirujano, un hombre muy importante.
-Doctor -le pregunté, -¿cuál ha sido la operación más grande que ha realizado?
-Pues, no lo sé. Muchas operaciones han requerido todas mis habilidades. Tal vez, la que ha significado más para mí fue la que hice a una niñita que tenía sólo diez por ciento de probabilidades de sobrevivir. ¡Era tan dulce y estaba tan pálida cuando la trajeron a la sala de operaciones! En ese momento, yo mismo estaba pasando por una situación delicada. Un hijo mío era un verdadero problema y había otras cosas también. Eso me había hecho un hombre infeliz. Mientras las enfermeras preparaban la anestesia, la pequeña me dijo:
-Doctor, ¿puedo decirle algo?
-Sí, cariño -le contesté-. ¿Qué?
-Bueno -me dijo, -todas las noches cuando me acuesto digo mis oraciones y me gustaría hacer una ahora.
-Está muy bien, querida. Por favor, haz tu oración. Y piensa en mí también, ¿quieres?
Con voz muy dulce la niña oró:
Jesús, dulce Pastor, escúchame,
bendice a tu ovejita esta noche;
en la oscuridad, quédate cerca de mí.
Guárdame a salvo hasta que amanezca.
Y, querido Dios, bendice al doctor.
Luego, agregó animada: -Ya estoy lista. No tengo miedo porque Jesús me ama. El está aquí conmigo y todo va a salir bien.
-Yo estaba llorando –confesó el cirujano-. Tuve que darme vuelta para ocuparme en algo; me fui a lavar las manos de nuevo, antes de poder empezar con la operación. Y dije: -Querido Dios, si nunca me ayudaras a salvar a otro ser humano, ayúdame a salvar a esta niña.
La operé y sucedió un milagro. ¡Ella vive! Al salir del hospital aquel día, comprendí que era yo quien había sido operado, no la niña. Con ella aprendí que si coloco mis problemas en las manos de Jesús, El me ayudará a resolverlos.
Por: Norman Vincent Peale
Jesús guardó Silencio
Aún no llego a comprender cómo ocurrió, si fue real o fue un sueño. Sólo recuerdo que ya era tarde y estaba en mi sofá preferido con un libro en la mano. El cansancio me fue venciendo y empecé a cabecear...
Me encontré en aquel inmenso salón con una pared llena de tarjeteros, como en las grandes bibliotecas. Al acercarme, me llamó la atención uno título: "Muchachas que me han gustado". Lo abrí y empecé a pasar las fichas.Tuve que detenerme; recordaba el nombre de cada una de ellas: ¡eran de las muchachas que me habían gustado!
Ese inmenso salón, con sus ficheros, era un crudo catálogo de toda mi existencia. Estaban escritas las acciones de cada momento de mi vida, hasta detalles que había olvidado. Un sentimiento de expectación, curiosidad e intriga empezó a recorrerme mientras abría los ficheros al azar para explorar su contenido. Algunos me trajeron alegría y otros, por el contrario, un sentimiento de vergüenza y culpa tan intensos que me volví para ver si alguien me observaba.
El archivo "Amigos" estaba al lado de "Amigos que traicioné" y "Amigos que abandoné cuando más me necesitaban".
Los títulos iban de lo mundano a lo ridículo. "Libros que he leído", "Mentiras que he dicho", "Consuelo que he dado", "Chistes que conté", Peleas con mis hermanos", "Cosas hechas cuando estaba molesto", "Murmuraciones cuando me reprendían de niño", "Videos que he visto"...
Estaba atónito del volumen de información que había acumulado en esos ficheros. ¿Sería posible que hubiera tenido el tiempo de escribir cada una de esas millones de tarjetas? Pero cada tarjeta confirmaba la verdad. Cada una escrita con mi letra, cada una llevaba mi firma.
Cuando vi el archivo "Canciones que he escuchado" quedé atónito al descubrir que tenía más de tres cuadras de profundidad y, ni aún así, vi su fin. Me sentí avergonzado, no por la calidad de la música, sino por la gran cantidad de tiempo que demostraba que había perdido.
Cuando llegué al archivo: "Pensamientos" un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sólo abrí el cajón unos centímetros.. Me avergonzaría conocer su tamaño. Saqué una ficha al azar y me conmoví por su contenido. Me sentí asqueado al constatar que "ese momento" escondido en la oscuridad, había quedado registrado... No necesitaba ver más...
Un instinto animal afloró en mí. Un pensamiento dominaba mi mente: Nadie debe ver estas tarjetas jamás. ¡Tengo que destruirlas! En un frenesí arranqué un cajón, tenía que vacíar y quemar su contenido. Pero descubrí que no podía siquiera desglosar una sola tarjeta del cajón. Me desesperé y traté de tirar con más fuerza, sólo para descubrir que eran más duras que el acero. Vencido e indefenso, devolví el cajón a su lugar. Apoyando mi cabeza al interminable archivo, testigo de mis miserias, empecé a llorar. En eso, el título de un cajón pareció aliviar en algo mi situación: "Personas a las que les he compartido del amor de Jesús". La manija brillaba, al abrirlo encontré menos de 10 tarjetas. Las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos. Lloraba tan profundo que no podía respirar. Caí de rodillas al suelo llorando amargamente de vergüenza. Un pensamiento cruzaba mi mente: Nadie debe entrar a este salón, necesito encontrar la llave y cerrarlo para siempre.
Mientras me limpiaba las lágrimas, lo vi. ¡Oh no!, ¡por favor no!, ¡Él no!, ¡cualquiera menos Jesús! Impotente, vi cómo Jesús abría los cajones y leía cada una de mis fichas. No soportaría ver su reacción. En ese momento no deseaba encontrarme con su mirada.
Jesús se acercó a los peores archivos. ¿Por qué tiene que leerlos todos? Con tristeza en sus ojos, buscó mi mirada y yo bajé la cabeza de vergüenza; me llevé las manos al rostro y empecé a llorar de nuevo. Él se acercó, puso sus manos en mis hombros y no dijo una sola palabra. Allí estaba junto a mí, en silencio. Jesús guardó silencio y lloró conmigo.
Volvió a los archivos y empezó a abrirlos, uno por uno, y en cada tarjeta firmaba su nombre sobre el mío. ¡No! le grité corriendo hacia Él.
Lo único que atiné a decir fue sólo ¡no!, ¡no! cuando le arrebaté la ficha de su mano. Su nombre no tenía por qué estar en esas fichas. No eran sus culpas, ¡eran las mías! Pero allí estaban, escritas en un rojo vivo. Su nombre cubrió el mío, escrito con su propia sangre. Tomó la ficha de mi mano, me miró con una sonrisa triste y siguió firmando las tarjetas.
No entiendo cómo lo hizo tan rápido. Al siguiente instante lo vi cerrar el último archivo y venir a mi lado.Me miró con ternura a los ojos y me dijo: Consumado es, terminado… yo he cargado con tu vergüenza y tu culpa.
En eso salimos juntos del Salón... Salón que aún permanece abierto.... Porque todavía faltán más tarjetas por escribir...
Aún no sé si fue un sueño, una visión, o una realidad... Pero, de lo que sí estoy convencido, es que la próxima vez que Jesús vuelva a ese salón, encontrará más fichas de qué alegrarse, menos tiempo perdido y menos fichas vanas y vergonzosas
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