Pie Deforme

Phillip Carey, un huérfano y el principal personaje en la novela de Of Human Bondage, nació con un pie deforme. Debido a su deformidad, cuando era niño, sus compañeros de clase se burlaban de él y lo excluian de sus juegos.

En una escena conmovedora, el joven Phillip se convence de que si ora intensamente, Dios le sanará el pie. Sueña despierto durante horas con la reacción de sus compañeros cuando lo vean llegar a la escuela con el pie sano. Se ve a sí mismo corriendo más rápido que el más veloz de sus compañeros, y se siente feliz imaginando la cara de asombro de sus atormentadores. Al final, se va a dormir esperando ver, cuando despierte a la mañana siguiente, su pie completamente sanado. Pero el día siguiente se presenta sin cambio alguno. Su pie seguía deforme.

Aunque esta fue una de las tantas desilusiones en la vida del joven Phillip, fue un punto de cambio importante en su aprendizaje para afrontar las duras realidades de la vida. Fundamentado en una fortaleza interior que desconocía tener, se dio cuenta de que la deformidad de su pie no iba a determinar su destino, pero la forma en que respondiera a ella haría toda la diferencia en su vida. Si la veía como una deformidad que lo imposibilitaba, su vida estaría limitada. En cambio, empezó a ver su incapacidad como un obstáculo para vencer, y no se dejó abatir.

La vida está llena de grandes oportunidades que aparecen disfrazadas como frustraciones muy devastadoras. Para Phillip Carey, era su pie deforme. Para el apóstol Pablo era un aguijón en la carne. Sea lo que sea en tu vida que pretenda retarte para impedir que alcances victorias, no te desesperes, no te desalientes, no desmayes. Con la ayuda de Dios, tú también puedes cambiar tus cicatrices en estrellas, y tus impedimentos, en fortalezas.

"Me fue dado un aguijón en mi carne ..." 2 Corintios 12:7

Una Escena de Navidad sin Jesús

Tengo un pesebre en mi casa el cual tiene un gran significado. Es el recuerdo de una pasada navidad… Ese año me sentía descorazonada por el divorcio de mis padres después de 36 años de casados. No podía aceptar su decisión y me deprimí bastante sin realizar que ellos necesitaban de mi amor y comprensión como nunca.

Recuerdos de mi niñez empezaron a desfilar por mi mente -los árboles de navidad, las decoraciones, los regalos y el amor que compartíamos como una familia unida. Cada vez que venían esos recuerdos me echaba a llorar. Pero, pen-sando en mis hijos, me animé y me añadí a los compradores de última hora.

Estos empujaban y se quejaban mientras rebuscaban en los estantes. Los adornos de navidad fuera de sus cajas y algunas muñecas y otros juguetes en las tablillas casi vacías me recordaban a los huérfanos desamparados. Un pequeño pesebre se había caído justo al frente de mi carro de compras y me detuve a colocarlo en la tablilla.

Al observar la interminable fila para pagar, pensé que no valía la pena espe-rar y decidí salir, cuando de repente escuché una voz fuerte en tono de grito.

-“¡Sara! ¡Sácate esa cosa de la boca ahora mismo antes de que te pegue!”

-“Pero, mami, no me lo estaba poniendo en la boca, lo estaba besando. Mira, mami, es un niñito Jesús.”

-“Pues no me importa lo que sea. Lo sueltas ahora mismo, ¿me entiendes?”

-“Pero, ven a verlo, mami,” –insistía la niña- está roto. Es de un pesebre y el niñito Jesús se rompió.”

Mientras yo escuchaba desde el otro pasillo, me sonreía deseando ver a la niñita que había besado al niñito Jesús. Me asomé para verla; parecía tener de 4 a 5 años y no estaba vestida apropiadamente para el tiempo frío y húmedo que se estaba sintiendo. Pedazos de hileras en colores amarradas a sus trenzas la hacían lucir jovial a pesar de su andrajosa vestimenta.

De mala gana, desvié mi mirada hacia la madre. Ésta no le prestaba aten-ción a la niña sino que buscaba ansiosamente en el estante de los abrigos que habían sido rebajados de precio. Ella también estaba vestida pobremente con sus tenis gastados sucios y húmedos debido a la nieve derretida. En el carro de compra llevaba a un bebé envuelto en una manta amarilla gastada.

-“Mami –lllamó la niñita- ¿Podemos comprar este niñito Jesús? Lo podemos colocar en la mesa cerca del diván y podríamos…”

-“Te dije que sueltes esa cosa,”  -le interrumpió la madre. “Vienes acá ahora mismo o te voy a dar una paliza. ¿Me oyes?”

 Enojada, la mujer se dirigió hacia la niña. Me moví para no mirar, esperando que castigara a la niña como le había advertido. Pasaron unos segun-dos… No se oía movimiento ni regaño alguno, sino un completo silencio. Extrañada,  me asomé a mirar a hurtadillas, y quedé anonadada al ver a la madre arrodillada en el suelo apretando a la niña contra su cuerpo temblo-roso. Luchaba por decir algo pero sólo pudo dejar escapar un sollozo.

-“No llores, mami,” –le rogaba la niña. Echándole los brazos, se excusaba por su comportamiento. -“Siento no haberne portado bien en la tienda; te prometo no pedirte nada más. Ya no quiero al niñito Jesús; mira lo voy a regresar al pesebre. No llores más, mami.”

-“Yo también lo siento, mi amor, -dijo su mamá finalmente. –“Tú sabes que no tengo dinero suficiente para comprar cosas de más, y lloro porque quisiera poder hacerlo, siendo navidad, pero te aseguro que si te portas bien, puede que recibas los platitos de jugar que has deseado, y a lo mejor el próximo año podemos comprar un árbol de navidad. ¿Qué crees de eso?”

-“¿Sabes, mami? –dijo la niña muy exitada. Realmente yo no necesito este muñequito de Jesús. ¿Sabes por qué? Porque mi maestra de escuela dominical dice que Jesús realmente vive en el corazón. Estoy feliz de que viva en mi corazón, ¿y tú mami?”

Observé a la niña tomar la mano de su mamá y caminar hacia el frente de la tienda. Sus palabras sencillas dichas con tanto entusiasmo hacían eco en mi mente: “El vive en mi corazón.”

Miré la escena de navidad y realicé que el niño que nació en un pesebre hace más de 2000 años es una persona que todavía hoy camina con noso-tros, dejando sentir su presencia y atrayéndonos hacia Él a través de las dificultades de la vida, si sólo se lo permitimos.

-“Gracias, mi Dios,” –comencé a orar- “Gracias por mi niñez llena de hermosos recuerdos y por padres que me proveyeron un hogar y el amor que necesité en los años más importantes de mi vida. Pero, sobre todo, gracias, por darnos a tu Hijo.”

Enseguida, recogí las piezas del pesebre y avancé hacia la cajera. Al reco-nocer a una de los empleadas, le pedí que le diera el muñequito del niñito Jesús a la niñita que iba saliendo de la tienda con su mamá. Vi a la niña aceptar el regalo y darle al muñequito otro beso mientras salía por la puerta.

El pequeño pesebre roto me recuerda cada año a la niñita cuyas sencillas palabras tocaron mi vida cambiando mi desesperanza en seguridad y gozo. El niñito Jesús no está allí, por supuesto, pero cada vez que miro el pesebre con su espacio vacío tengo la certeza de que puedo contestar la pregunta, ¿dónde se encuentra Jesús? –Se encuentra en mi corazón.

Por: J.S. Williams
Chicken Soup for the Christian Soul

El Zapatero y su Invitado

Cien años atrás, en la ciudad de Marsellas, vivía un zapatero, amado y honrado por todos, a quien cariñosamente llamaban, papá Martin. Una navidad, sentado en su pequeño negocio, Martin leía sobre la visita de los magos al niño Jesús y los regalos que éstos le llevaron, y se dijo a sí mismo:-“Si mañana fuera la primera navidad, y si Jesús fuera a nacer en Marsellas esta noche, yo sé lo que yo le daría.” Se levantó y tomó de un tablillero un par de zapatos de una piel suave y blanca como la nieve con hebillas plateadas que resplandecían. –“Yo le daría ésto, es mi obra más fina. ¡Cuán agradecida se sentiría su madre! Pero… yo soy un viejo tonto,” –pensó, sonriéndose. –“El Señor no necesita de mis pobres regalos.”

Volviendo los zapatos a su lugar, apagó la vela que usaba para alumbrarse, y se retiró a dormir. No había cerrado bien sus ojos cuando le pareció escuchar una voz llamándole por su nombre. –“Martin.” Intuitivamente, él pudo identificar al que le hablaba.        –“Martin, tú has anhelado verme. Mañana pasaré por tu ventana, y si me ves y me mandas a entrar, seré tu invitado  y me sentaré contigo en tu mesa.”

Esa noche Martin no durmió del gozo que sentía. Antes del amanecer, se levantó y fue a recoger y limpiar su tiendita. Adornó hermosamente todo el lugar y en la mesa colocó una hogaza de pan, un frasco de miel, un jarro de leche y cerca del fuego colocó una bebida caliente. Había completado las preparaciones para recibir a su visitante…

Cuando todo estaba listo, se puso a vigilar por la ventana. Estaba seguro que reconocería a su Señor. Mientras observaba la nieve y la lluvia caer en la fría y desierta calle, pensaba en el gozo al sentarse a la mesa con su invitado.

En ese momento vio pasar a un anciano barrendero, soplando sus delgadas manos para calentarlas. –Pobre hombre, debe estar congelándose,  -pensó Martin.  Abriendo la puerta de su casa lo llamó y lo mandó a entrar. -“Entra, mi amigo para que bebas algo caliente.” No tuvo que insistir mucho pues el hombre, muy agradecido, enseguida aceptó su invitación.

Una hora había pasado cuando Martin vio a una pobre mujer vestida mise-rablemente cargando un bebé. Ella se detuvo un momento para descansar. Enseguida él se movió y abrió la puerta. –“Entre y caliéntese algo mientras descansa,” –le dijo Martin. –“¿No se siente bien? –le preguntó.

 

 -“Me dirijo hacia el hospital. Espero que me atiendan con el bebé. -dijo -mi esposo está en ultramar y yo estoy enferma y no hay un alma a quien pueda acudir.“

-“Pobre criatura,” -dijo el hombre, -debe comer algo mientras se calienta un poco. Déjeme darle una taza de leche al chiquito. ¡Qué hermoso niño! Veo que no le puso zapatos.”

-“No tiene zapatos,” -dijo ella suspirando.

-“Entonces, él debe tener este hermoso par que terminé ayer.”  Martin tomó los suaves zapatos blancos como la nieve y los colocó en los pies del bebé.  Le sirvieron perfectamente. Luego, la joven madre siguió su camino llena de agradecimiento, y Martin volvió a su puesto de vigía en la ventana.

Las horas pasaban y muchas almas necesitadas compartieron la humilde hospitalidad del anciano zapatero, pero el visitante esperado no aparecía.

Al caer la noche, papa Martin  se retiró a su aposento con el corazón entristecido. –“Fue sólo un sueño,” –se dijo a sí mismo suspirando –Yo creí y esperé pero El no ha venido.”

De improviso, le pareció ver con sus ojos cansados, una luz gloriosa que inundó la habitación; y ante la mirada perpleja del zapatero, fueron apareciendo ante él, uno por uno, el pobre barrendero de la calle, la madre enferma con su bebé, y todas las personas que él había ayudado durante todo el día. Cada cual le sonreía y le decían, -¿No me has visto? ¿No me senté contigo en la mesa?” –y se desvanecían.

Entonces, suavemente, en el silencio de la noche, volvió a escuchar la tierna voz, repitiendo las antiguas y familiares palabras: -“Cualquiera que reciba a un niño como este en mi nombre, a Mí me recibe.” Mateo 18:5. –“Porque tuve hambre, y me diste de comer; tuve sed, y me diste de beber; fui forastero, y me recogiste. De cierto te digo, que en cuanto lo hiciste a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hiciste.” Mateo 25:35-40

Autor Desconocido
Tomado de: Chicken Soup for the Christian Soul

UNOS ZAPATOS DORADOS PARA JESÚS

Faltaban cuatro días para Navidad. El espíritu de la época no se había puesto a la par conmigo todavía, aún cuando el estacionamiento de nuestra tienda de descuentos local estaba lleno. Dentro de la tienda, era peor. Los carros de compras y los clientes de última hora llenaban todas las áreas.

-¿Por qué vendría a comprar hoy? Mis pies me dolían tanto como mi cabeza. Pensar en algo para el que lo tiene todo, y con los precios tan altos, consideraba la compra de regalos cualquier cosa menos una diversión. Rápidamente, llené mi carro con artículos de última hora y me añadí a la larga fila para pagar. Tomé la más corta, pero aún así tuve que esperar bastante.

Frente a mí habían dos niñitos, un niño como de 5 años y una niña un poco menor. Ambos lucían andrajosos y desaliñados. El niño llevaba algunos billetes arrugados en sus manos sucias. La carita de la niña estaba marcada por residuos de comida de la noche anterior. En sus manos llevaba un par de zapatillas doradas. Mientras la música sonaba en la tienda, la niña tarareaba algo desafinada, pero contenta. Cuando, por fin, les llegó el turno para pagar, puso las zapatillas en el mostrador con mucho cuidado, como si fueran un tesoro.

La cajera le dijo que eran $6.09. El niño puso encima los arrugados billetes mientras buscaba en sus bolsillos. Solo tenía $3.12. –“Creo que tendremos que devolverlas a su lugar”, dijo valientemente. “Volveremos en algún otro momento, a lo mejor mañana.” Al decir eso, la niña comenzó a sollozar.  –“Pero a Jesús le hubieran gustado tanto”, dijo. “Bueno, iremos a casa y trabajaremos más. No llores. Volveremos”, le aseguró el niño.

Enseguida le dí $3.00 a la cajera. Estos niños habían esperado en la fila tanto tiempo y, después de todo, era Navidad. Inmediatamente sentí unos brazos a mi alrededor y una vocecita que decía, “Gracias, señora.” -“¿Que quisite decir con que a Jesús le gustarían los zapatos?“ Le pregunté.  El niño me contestó, “Mami está enferma y se va para el cielo. Papi nos dijo que podría irse antes de Navidad para estar con Jesús.”

La niña dijo, “Mi maestra de escuela dominical dice que las calles en el cielo son de oro brillante, como estos zapatos. ¿No se vería mi mami hermosa caminando con estos zapatos por esas calles?  Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver su carita marcada por el llanto. –“Sí, “ le contesté, “Estoy segura que se verá muy hermosa.”

Silenciosamente, le agradecí a Dios el haber usado a estos niños para recordarme el verdadero espíritu de dar.

De alguna manera, no solo en Navidad, sino durante todo el año
el gozo que tú das a otros, es el gozo que regresa a ti.

Autora del artículo:  Helga Schmidt

NO TE RINDAS NUNCA

"No nos cansemos, pues, de hacer bien;
porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos."
Gálatas 6:9

Una vez más, la joven maestra leyó la nota adjunta a la hermosa planta de hiedra. "Gracias a las semillas que usted plantó, algún día seremos como esta hermosa planta. Le agradecemos todo lo que ha hecho por nosotras. Gracias por invertir tiempo en nuestras vidas."

Una amplia sonrisa iluminó el rostro de la maestra mientras por sus mejillas corrían lágrimas de agradecimiento. Como el único leproso que manifestó gratitud hacia Jesús cuando fue sanado, las chicas a quienes les había dado clase en la escuela dominical, se acordaban de agradecer a su maestra. La planta de hiedra representaba un regalo de amor.

Durante meses la maestra regó fielmente la planta en crecimiento. Cada vez que la miraba, recordaba a esas jóvenes especiales y eso la animaba a seguir enseñando.

Pero al cabo de un año, algo sucedió. Las hojas comenzaron a ponerse amarillas y a caerse; todas, menos una. Pensó en deshacerse de la hiedra, pero decidió seguir regándola y fertilizándola. Un día, al pasar por la cocina, la maestra vio que la planta tenía un brote nuevo. Unos días después, apareció otra hoja, y luego otra más. En pocos meses, la hiedra estaba otra vez convirtiéndose en una hermosa planta.

Henry Drummond dice: "No pienses que no pasa nada, simplemente, porque no ves el crecimiento, o no escuchas el zumbido de los motores. Las grandes cosas crecen silenciosamente."

Hay pocas alegrías más grandes que la bendición de invertir fielmente amor y tiempo en las vidas de otras personas. Nunca, nunca te des por vencido!

            EL NÁUFRAGO

El único sobreviviente de un naufragio llegó a una pequeña e inahabitada isla. Comenzó a orar fervientemente, pidiéndole a Dios que enviara a alguien que lo rescatara. Todos los días miraba al horizonte para ver si aparecía alguna ayuda, pero ésta nunca llegaba.

Cansado de esperar y resignado a su suerte, comenzó a construir una pequeña cabaña con los materiales que pudo conseguir en los alrededores para protegerse y asegurar las pocas posesiones que tenía. Un día, salió temprano a buscar comida, y cuando regresó encontró su pequeña choza envuelta en llamas; el humo era tanto que subía al cielo. Lo peor de todo fue que había perdido todas sus pertenencias. No podía explicarse qué pudo haber ocasionado el fuego.

Al encontrarse en semejante situación, la confusión se apoderó de él y muy enojado con Dios, le decía llorando: “Oh, Dios, ¿Cómo pudiste hacerme esto?” Agobiado por el llanto se quedó dormido sobre la arena.

Temprano en la mañana del día siguiente, escuchó asombrado un sonido y al mirar, vio un barco que se iba acercando a la isla. Llegaron a rescatarlo y éste, extrañado, le preguntó a sus tripulantes, “¿Cómo sabían ustedes que yo estaba aquí?” Sus rescatadores le contestaron: “Vimos las señales de humo que nos enviaste.”

¡Qué fácil es enojarse cuando las cosas nos van mal! Pero nunca debemos perder la fe, pues Dios está trabajando en nuestras vidas en medio de toda circunstancia. Recuerda… la próxima vez que tu choza se queme, puede ser simplemente una señal de humo salida de la Gracia de Dios para bendecirte.

Por todas las cosas que nos parecen negativas, debemos de creer que: “En ellas está Dios con una respuesta positiva.”

Por: Autor Desconocido

*********************************************** 

“Bendeciré al Señor en todo tiempo;
 su alabanza estará de contínuo en mi boca.” Salmo 34:1

TE  PERDONO

"Creced en la gracia"
2 Pedro 3:18

Gustavo ya ni se acordaba de por qué se había enojado con su hijo Rodolfo, pero continuaba molesto y no podía evitarlo. Se sentía muy frustrado con el muchacho. Una y otra vez descargó su ira hasta quedar exhausto, e inmediatamente se sintió culpable por su conducta.

Mirando los ojos llenos de lágrimas de Rodolfo, Gustavo le dijo: "Hijo, siento mucho haber perdido la paciencia. Estuve mal por haberte gritado y estuve mal por enojarme, a pesar de lo que hiciste. Por favor, perdóname."

Sin dudarlo un instante, Rodolfo le contestó: "No te preocupes, papá, ¡Jesús te perdona y yo también!" Rodolfo se arrojó en los brazos de su papá para abrazarlo. Se dieron un fuerte abrazo, mientras el bálsamo sanador del perdón se derramaba sobre ambos. Los unía un lazo muy fuerte, capaz de resistir las desavenencias entre padre e hijo; era un vínculo que se hacía más fuerte por la fe que compartían. Era como si el desarrollo de Rodolfo estuviese forzando a Gustavo a enfrentar su propia conducta en su niñez y hacer algunos cambios.

Gustavo estaba muy consciente de que su hijo analizaba cada una de sus acciones, y él quería ser un buen padre. Le pidió a Dios que lo ayudara a ser un buen ejemplo. Todavía está luchando con su carácter e impaciencia, pero se ha comprometido a cambiar su conducta. Las palabras de su hijo lo alentaron y lo hicieron sentirse más humilde.

"No te preocupes, papá, ¡Jesús te perdona y yo también!" Volvió a escuchar las palabras de perdón de su hijo.

ADORNO NAVIDEÑO

"Tu nombre, Señor, es eterno; tu memoria, Señor, por todas las generaciones." 
Salmo 135:13

Se llevaba a cabo la segunda semana de diciembre de cada año. Mi madre abría su armario de cedro y buscaba alegremente entre sus más preciadas posesiones. Con cuidado iba sacando una a una las cosas que tenían mucho significado y valor para ella. Luces, el preciado árbol de Navidad, adornos y muchas cosas brillantes y fragantes que adornaban esta época del año.

Había algo especial que ponía sobre la repisa de la chimenea y transformaba toda la casa. Era un adorno navideño hecho con un pedazo del tronco de un árbol y cubierto con hisopo y cerezas artificiales. En el medio se le colocaba una vela. Tenía una brillante cinta de seda roja, adherida con un ganchito, la cual realzaba su belleza.

Todos los años, cumplíamos con la tradición familiar de recordar el significado de cada uno de los elementos del arreglo navideño. El tronco significaba la celebración, el nacimiento de Cristo. El hisopo, una hierba fragante, antiguamente la usaban los hebreos para los sacrificios. La primorosa cinta roja de seda simbolizaba la sangre de Cristo derramada por nuestros pecados. Las cerezas representaban el crecimiento, la provisión generosa. Y la vela ardía como un recordatorio de que Cristo es la luz del mundo.

A veces, en las tradiciones, o en nuestras celebraciones, o en las cosas comunes y corrientes de la vida, podemos encontrar el fundamento de nuestra fe. En ese caso, este sencillo adorno navideño con algunas hojas descoloridas, unas viejas cerezas y una cinta algo deshilachada nos habla de la eterna historia del infinito amor de Dios.

Más Historias en la Próxima Página

 

"He aqui os doy nuevas de gran gozo:
Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David,
un Salvador, que es CRISTO el Señor."
Lucas 2:10-11

 

 


 

 

Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz


Copyright © 2012 - Maran-ata.Net -Todos los derechos reservados

 

   Online Users