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																| 
                
                                                                                       El Regalo Perfecto 
                                                                                      
                                                                
                                                                
                
																 Recuerdo 
                                                                que de niño 
                                                                acostumbraba, en 
                                                                el día de 
                                                                Navidad, bajar 
                                                                corriendo la 
                                                                escalera hasta 
                                                                llegar donde 
                                                                estaba el árbol 
                                                                y mirar entre 
                                                                los regalos para 
                                                                ver cuál era el 
                                                                más grande. 
                                                                Siempre creí que 
                                                                dentro de la 
                                                                caja más grande 
                                                                se hallaba el 
                                                                regalo mejor y 
                                                                más caro.  
                                                                
                                                                Pero según el 
                                                                tiempo ha ido 
                                                                trabajando en la 
                                                                mente y alma de 
                                                                un joven, he 
                                                                aprendido que 
                                                                cada uno de los 
                                                                regalos es 
                                                                especial, único 
                                                                y de mucho 
                                                                significado. De 
                                                                hecho, los 
                                                                regalos que más 
                                                                yo recuerdo son 
                                                                aquellos que han 
                                                                salido del 
                                                                corazón, como 
                                                                uno de los 
                                                                abrigos y 
                                                                bufandas que ha 
                                                                tejido con sus 
                                                                manos mi madre. 
                                                                Lo más 
                                                                importante no es 
                                                                el regalo en sí, 
                                                                sino mas bien el 
                                                                pensamiento que 
                                                                está detrás y la 
                                                                intención con 
                                                                que se ofrece.
                                                                 
                                                                
                                                                En esta Navidad 
                                                                ya he sido más 
                                                                que bendecido al 
                                                                recibir el 
                                                                regalo más 
                                                                valioso del 
                                                                mundo, mi novia 
                                                                Angela. Sé que 
                                                                el verdadero 
                                                                significado de 
                                                                la Navidad se 
                                                                encuentra en la 
                                                                palabra “dar.” 
                                                                Me he prometido 
                                                                a mí mismo 
                                                                buscar y 
                                                                encontrar el 
                                                                regalo más 
                                                                hermoso para la 
                                                                chica más 
                                                                hermosa. 
                                                                
                                                                Pasé muchos días 
                                                                buscando en las 
                                                                tiendas y en 
                                                                numerosos 
                                                                catálogos, pero 
                                                                nada me 
                                                                convencía. A 
                                                                medida que la 
                                                                Navidad se iba 
                                                                aproximando me 
                                                                cuestionaba si 
                                                                al fin 
                                                                encontraría ese 
                                                                regalo 
                                                                “perfecto.” 
                                                                Decidí probar en 
                                                                el centro 
                                                                comercial de la 
                                                                localidad una 
                                                                vez más por si 
                                                                había pasado por 
                                                                alto alguna 
                                                                tienda o 
                                                                hubieran 
                                                                colocado nueva 
                                                                mercancía en los 
                                                                estantes. Pero 
                                                                según pasaba de 
                                                                una tienda a 
                                                                otra, nada 
                                                                llamaba mi 
                                                                atención. 
                                                                Sintiéndome algo 
                                                                frustrado, me 
                                                                dirigí 
                                                                lentamente hacia 
                                                                la salida, pero, 
                                                                antes de llegar 
                                                                a la puerta, de 
                                                                súbito encontré 
                                                                lo que había 
                                                                estado buscando. 
                                                                
                                                                No, este regalo 
                                                                no lo encontré 
                                                                en una tienda de 
                                                                artículos 
                                                                costosos y 
                                                                llamativos, no 
                                                                requiere una 
                                                                envoltura de 
                                                                hermoso papel 
                                                                navideño 
                                                                adornado con 
                                                                cintas y lazos. 
                                                                De hecho, este 
                                                                regalo no tiene 
                                                                un recibo de 
                                                                compra ni tiene 
                                                                que ser 
                                                                devuelto. 
                                                                Entonces, ¿dónde 
                                                                encontré esta 
                                                                maravilla, y más 
                                                                impor-tante que 
                                                                todo, qué cosa 
                                                                es?  
                                                                
                                                                Lo encontré en 
                                                                la mirada de una 
                                                                pareja de 
                                                                ancianos tomados 
                                                                de la mano, lo 
                                                                escuché en las 
                                                                palabras 
                                                                juguetonas entre 
                                                                un abuelo y su 
                                                                nieto, y lo vi 
                                                                en la actitud de 
                                                                una orgullosa 
                                                                mamá primeriza. 
                                                                Sí, el regalo 
                                                                es AMOR. Por lo 
                                                                tanto: “Angela, 
                                                                en esta Navidad 
                                                                yo te ofrezco mi 
                                                                AMOR y espero lo 
                                                                conserves por 
                                                                siempre.” ¡Feliz 
                                                                Navidad, TE AMO! 
                                                                
                                                                
                                                                
                                                                Por: Joseph M. 
                                                                Rebecky 
                                                                
                                                                                      
																
																  
                                                                                      Quiero ese... 
                                                                                      
                                                                
                                                                
                
																 Escuché 
                                                                cierta historia 
                                                                sobre un 
                                                                granjero que 
                                                                tenía unos 
                                                                cachorritos 
                                                                
                                                                
                                                                para
                                                                
                                                                
                                                                la
                                                                
                                                                
                                                                venta.
                                                                
                                                                
                                                                Hizo un rótulo 
                                                                para anunciarlos 
                                                                y lo clavó en un
                                                                
                                                                
                                                                poste a la 
                                                                orilla
                                                                
                                                                
                                                                de
                                                                
                                                                
                                                                su patio. 
                                                                Mientras 
                                                                insertaba el 
                                                                clavo en el 
                                                                rótulo sintió 
                                                                que lo halaban 
                                                                por
                                                                
                                                                
                                                                su pantalón. Vió 
                                                                que era un 
                                                                niñito con una 
                                                                amplia sonrisa 
                                                                en su ros-tro y 
                                                                algo en su mano.
                                                                
                                                                -“Señor,” -le 
                                                                dijo- “deseo 
                                                                comprar uno de 
                                                                sus perritos.” 
                                                                
                                                                -“Bueno,” –dijo 
                                                                el granjero- 
                                                                “Estos cachorros 
                                                                son de padres de 
                                                                raza muy fina y 
                                                                cuestan 
                                                                bastante. 
                                                                
                                                                El niño bajó la 
                                                                cabeza por un 
                                                                momento, y 
                                                                volvió a mirar 
                                                                al granjero y le 
                                                                dijo, -“Tengo 39 
                                                                centavos. ¿Será 
                                                                suficiente para 
                                                                ir a verlos?” 
                                                                
                                                                -“Claro,” –dijo 
                                                                el granjero. En 
                                                                eso silbó y 
                                                                llamó: -“Dolly, 
                                                                ven aquí, 
                                                                Dolly.” De la 
                                                                casita de los 
                                                                perros salió 
                                                                Dolly seguida 
                                                                por cuatro 
                                                                bolitas de lana. 
                                                                Los ojitos del 
                                                                niño brillaban 
                                                                de alegría.  
                                                                
                                                                Un rato más 
                                                                tarde salió otro 
                                                                perrito de la 
                                                                casita; éste 
                                                                notablemente más 
                                                                pequeño. Se 
                                                                deslizó por la 
                                                                rampa y comenzó 
                                                                a cojear en un 
                                                                intento inútil 
                                                                de alcanzar al 
                                                                resto. El 
                                                                cachorro era 
                                                                claramente la 
                                                                mancha de las 
                                                                crías. 
                                                                
                                                                El niñito pegó 
                                                                su cara a la 
                                                                verja y gritó, 
                                                                -“Quiero ese,” 
                                                                –señalando al 
                                                                cojito. 
                                                                
                                                                El granjero se 
                                                                arrodilló y le 
                                                                dijo, -“Hijo, no 
                                                                creo que quieras 
                                                                ese cachorro. El 
                                                                nunca podrá 
                                                                correr ni jugar 
                                                                contigo como a 
                                                                ti te gustaría.” 
                                                                
                                                                El niño se dobló 
                                                                y lentamente se 
                                                                subió una pata 
                                                                del pantalón. Al 
                                                                hacerlo dejó al 
                                                                descubierto una 
                                                                abrazadera de 
                                                                metal en ambos 
                                                                lados de su 
                                                                pierna agarrada 
                                                                a un zapato 
                                                                especial. 
                                                                Mirando hacia 
                                                                arriba al 
                                                                granjero, le 
                                                                dijo,  
                                                                
                                                                -“Ve, señor, yo 
                                                                mismo no puedo 
                                                                correr muy bien, 
                                                                y él va a 
                                                                necesitar de 
                                                                alguien que lo 
                                                                entienda.”  
                                                                
                                                                
                                                                Por: Charles 
                                                                Stanley 
                                                                
                                                                
                                                                
                                                                
                                                                
                                                                 
                                                                
                                                                
                                                                
                                                                
                                                                “De cierto os 
                                                                digo, que si no 
                                                                os volvéis y os 
                                                                hacéis como 
                                                                niños, no 
                                                                entraréis en el 
                                                                reino de los 
                                                                cielos. Así que, 
                                                                cualquiera que 
                                                                se humille como 
                                                                este niño, ése 
                                                                es el mayor en 
                                                                el reino de los 
                                                                cielos.” Mateo 
                                                                18:3-4 
                                                                
                                                                
                                                                                      
																
																  
                                                                                      ¿Verja o Puente? 
                                                                                      
                
																 Dos hermanos que vivían en fincas colindantes entraron en conflicto… el primer distanciamiento serio en 40 años de laborar juntos, compartir maquinaria e intercambiar labores y víveres según necesitaban, sin reparo alguno. La colaboración de tanto tiempo se desmoronó. Comenzó con un malentendido, se tornó en una diferencia de grandes proporciones y finalmente estalló en un intercambio de palabras ofensivas seguido de semanas de silencio. 
                                                                
                                                                
                                                                Una mañana 
                                                                tocaron a la 
                                                                puerta de la 
                                                                casa de John, el 
                                                                hermano mayor. 
                                                                Al abrir, había 
                                                                un hombre con 
                                                                una caja de 
                                                                herramientas de 
                                                                carpintero.
                                                                 
                                                                
                                                                
                                                                -Estoy buscando 
                                                                trabajo por unos 
                                                                días, -le dijo 
                                                                el hombre- A lo 
                                                                mejor tiene 
                                                                usted alguna 
                                                                tarea que yo 
                                                                pudiera 
                                                                realizar. 
                                                                ¿Podría 
                                                                ayudarle? 
                                                                
                                                                
                                                                -Sí, dijo John- 
                                                                Seguro que tengo 
                                                                un trabajo para 
                                                                usted. Mire el 
                                                                riachuelo en esa 
                                                                finca. Es de mi 
                                                                vecino, de 
                                                                hecho, es mi 
                                                                hermano menor. 
                                                                La semana pasada 
                                                                había una 
                                                                pradera entre 
                                                                nosotros, mas 
                                                                recientemente 
                                                                usó su máquina 
                                                                de excavar en el 
                                                                dique del río y 
                                                                ahora hay un 
                                                                riachuelo entre 
                                                                nosotros. 
                                                                Seguramente lo 
                                                                hizo para 
                                                                fastidiarme 
                                                                pero, yo le 
                                                                tengo una mejor. 
                                                                ¿Ve usted ese 
                                                                montón de madera 
                                                                cerca del 
                                                                granero? Quiero 
                                                                que me levante 
                                                                una verja de 8 
                                                                pies de manera 
                                                                que no vuelva a 
                                                                ver más ni su 
                                                                sitio ni su 
                                                                cara. 
                                                                
                                                                
                                                                El carpintero 
                                                                dijo: -Creo que 
                                                                comprendo la 
                                                                situación. 
                                                                Consígame los 
                                                                clavos y el 
                                                                martillo y le 
                                                                haré un trabajo 
                                                                que le agrade. 
                                                                
                                                                
                                                                John tenía que 
                                                                ir al pueblo a 
                                                                algunas 
                                                                diligencias por 
                                                                lo que le ayudó 
                                                                al carpintero a 
                                                                organizar los 
                                                                materiales y 
                                                                salió hasta la 
                                                                tarde. El 
                                                                carpintero 
                                                                trabajó duro 
                                                                todo el 
                                                                día—midiendo, 
                                                                cortando y 
                                                                clavando. Como a 
                                                                la puesta del 
                                                                sol cuando 
                                                                regresó el 
                                                                granjero, ya el 
                                                                carpintero había 
                                                                concluído su 
                                                                tarea. 
                                                                
                                                                
                                                                Los ojos de John 
                                                                se abrieron 
                                                                desmesuradamente 
                                                                al ver que allí 
                                                                no había ninguna 
                                                                verja. ¡Lo que 
                                                                había era un 
                                                                puente… un 
                                                                puente que 
                                                                cruzaba de un 
                                                                lado al otro del 
                                                                riachuelo! Una 
                                                                hermosa obra, 
                                                                con pasamanos y 
                                                                todo. Su vecino 
                                                                y hermano menor, 
                                                                venía hacia 
                                                                ellos con su 
                                                                mano extendida. 
                                                                
                                                                
                                                                -Hermano, eres 
                                                                tremendo sujeto, 
                                                                ¡construir este 
                                                                puente después 
                                                                de todo lo que 
                                                                yo te he dicho y 
                                                                hecho! 
                                                                
                                                                
                                                                Los dos hermanos 
                                                                se pararon en 
                                                                cada extremo del 
                                                                puente, y luego 
                                                                se encontraron 
                                                                en el medio, 
                                                                tomándose las 
                                                                manos 
                                                                fuertemente. Se 
                                                                voltearon y 
                                                                vieron al 
                                                                carpintero 
                                                                echándose la 
                                                                caja de 
                                                                herramientas 
                                                                sobre su hombro. 
                                                                
                                                                
                                                                -¡No, espere! 
                                                                Quédese algunos 
                                                                días. Tengo 
                                                                muchos otros 
                                                                proyectos para 
                                                                usted, -dijo el 
                                                                hermano mayor. 
                                                                
                                                                -Me gustaría 
                                                                quedarme, -dijo 
                                                                el carpintero- 
                                                                pero tengo 
                                                                muchos más 
                                                                 puentes que 
                                                                construir.         
                                                                                                                                  
                                                                
                                                                 Autor 
                                                                Desconocido 
                                                                                      
																
																  
                                                                                      Amor que salva 
                                                                                      
                
																 Recuerdo a un hombre de Nuevo Méjico a quien llamaban “el guerrero Thompson.” Cuando lo conocí me lo presentaron como el mejor hombre de Méjico.” Estuve hablando con él en cierta esquina y me contó su historia: 
                                                                
                                                                
                                                                “Hace pocos años 
                                                                yo era 
                                                                propietario de 
                                                                esta taberna –y 
                                                                la señaló con el 
                                                                dedo, en la 
                                                                misma esquina. 
                                                                En la parte 
                                                                frontal había un 
                                                                bar y en el 
                                                                interior tenía 
                                                                una sala de 
                                                                juego; los 
                                                                peores hombres 
                                                                de la ciudad 
                                                                ganaban y 
                                                                perdían allí 
                                                                miles de 
                                                                dólares. En el 
                                                                primer piso 
                                                                había una casa 
                                                                de mala nota y 
                                                                yo era culpable 
                                                                de ello. 
                                                                
                                                                
                                                                En cierta 
                                                                ocasión me fui 
                                                                de vacaciones a 
                                                                Chicago donde vi 
                                                                a una hermosa 
                                                                joven de la que 
                                                                me enamoré 
                                                                repentinamente. 
                                                                Procuré tener su 
                                                                amistad y ella 
                                                                respondió a mi 
                                                                amor. En treinta 
                                                                días nos casamos 
                                                                y la traje a 
                                                                esta ciudad como 
                                                                mi esposa. Tengo 
                                                                una hermosa casa 
                                                                decente en las 
                                                                afueras. La 
                                                                traje allí y le 
                                                                conté de qué 
                                                                modo hacía yo mi 
                                                                fortuna; pero 
                                                                ella no dejó de 
                                                                amarme. 
                                                                
                                                                
                                                                Muchas noches 
                                                                volvía de mi 
                                                                infame negocio 
                                                                completamente 
                                                                borracho y 
                                                                lastimaba su 
                                                                corazón; pero 
                                                                ella nunca 
                                                                perdió su buen 
                                                                ánimo y 
                                                                paciencia. Noche 
                                                                tras noche me 
                                                                atendía como a 
                                                                un niño borracho 
                                                                hasta que volvía 
                                                                a estar sobrio 
                                                                por la mañana. 
                                                                Esa actitud de 
                                                                ella me 
                                                                quebrantaba. 
                                                                
                                                                
                                                                Una mañana salí 
                                                                de casa 
                                                                decidido; vendí 
                                                                mi negocio y por 
                                                                primera vez en 
                                                                muchos meses 
                                                                volví a la casa 
                                                                sobrio. Busqué a 
                                                                mi esposa para 
                                                                darle la 
                                                                noticia, en la 
                                                                sala de estar, 
                                                                en el dormitorio 
                                                                y en la cocina. 
                                                                Finalmente la 
                                                                hallé en el 
                                                                cuarto de baño 
                                                                arrodillada y, 
                                                                al entrar sin 
                                                                hacer ruido, 
                                                                pude oir su 
                                                                oración. Luego 
                                                                me dijo que por 
                                                                tres años pasaba 
                                                                una hora cada 
                                                                día en ese lugar 
                                                                orando por mí.
                                                                 
                                                                
                                                                
                                                                Caí a su lado de 
                                                                rodillas y di mi 
                                                                corazón a 
                                                                Jesucristo. 
                                                                Desde entonces 
                                                                he vivido por 
                                                                Dios y su reino. 
                                                                El amor de mi 
                                                                esposa me atrajo 
                                                                al amor de 
                                                                Jesucristo, y 
                                                                ese divino amor 
                                                                redimió mi 
                                                                alma.” 
                                                                 
                                                                
                                                                
                                                                Autor 
                                                                Desconocido 
                                                                                      
																
																  
                                                                                      REGALO DE AMOR 
                                                                                      
                                        
                
																 Años atrás, un amigo mío castigó a su pequeña hija de tres años por malgastar un rollo de papel para envolver regalos. El dinero escaseaba en ese tiempo, y se puso furioso al ver que la niña trataba de envolver una caja para colocarla debajo del árbol de navidad.  
                                                                                      A pesar del contratiempo, la niñita tomó el regalo al otro día y se lo dio a su padre mientras le decía: “Esto es para ti, Papi.” Él se sintió avergonzado por su reacción del día anterior pero, su ira volvió a salir al abrir la caja y ver que estaba vacía. 
                                                                                      Le amonestó, “¿Tú no sabes que cuando se le da un regalo a alguien debe haber algo adentro?” La niñita, llorosa, lo miró y le dijo: “Papi, no está vacía, soplé besos en la caja y la llené de mi amor; todo para ti.” 
                                                                                      El padre se desmoronó. Abrazó a su hijita y le imploró que lo perdonara. Me dijo mi amigo que mantuvo esa caja dorada al lado de su cama por años. Cada vez que se sentía frustrado, él sacaba un beso imaginario de la caja y recordaba el amor de la niña que lo puso allí. 
                                                                                      En cierto sentido, a cada de uno de nosotros como padres, se nos ha dado un envase dorado lleno de amor incondicional y besos de nuestros hijos. No hay posesión más hermosa que cualquiera pudiera atesorar. 
                                                                                      Por: James Dobson 
                                                                                      From Home with a Heart 
                                                                
                                                                                      
																
																  
                                                                
                                                                                      MILAGRO DE NAVIDAD 
                                                
                
                                                                
                                                                                      
                                        
                
																 E n una navidad, años atrás, nuestra familia vivió una especie de milagro. Éramos muy pobres. Mi mamá se esforzaba pero, criando tres niños, se sentía que estaba peleando una batalla perdida. Ese año había sido muy duro, pues, no solamente no recibiríamos regalos, sino que tampoco teníamos para abrigos de invierno ni para comida.
                                                                                      Muy deprimida, mi mamá se fue a una reunión de Alcohólicos Anónimos, y allí le dijo a todos cómo se sentía. Les dijo que para ella estaba siendo muy difícil permanecer fuerte y que ya se sentía agotada de tanto luchar. Todo lo que ella quería de ellos era sus oraciones y tener con quién desahogarse. 
                                                                                      Cuando la reunión hubo terminado, un hombre se le acercó y le dio un abrazo. Le dijo que todo iba a estar bien y que lo más importante era que nunca dejara de orar y que nunca perdiera la fe. Él le tomó la mano y ella sintió unos papeles apretados entre sus manos. Creyendo ella que podía ser alguna pequeña ofrenda le dio las gracias.  
                                                                                      Cuando él se fue, ella abrió su mano y encontró la cantidad de $300. Era lo suficiente para comprar comida, regalos y abrigos para la navidad. Miró a todos lados a ver si veía al hombre pero éste se había ido. Le preguntó a todos los que estaban en el lugar pero nadie había visto cuando el hombre la abrazó, y ni siquiera que lo hubieran visto en la reunión. 
                                                                                      Jamás lo volvió a ver, pero éste, no sólo salvó nuestra navidad sino también la vida de mi mamá. Su bondad renovó sus esperanzas, fortaleció su fe, y tuvo un impacto en la vida de todos nosotros. Por eso… nunca pierdas la fe ni la esperanza; Dios siempre escucha la oración y, en su tiempo, también la contesta.  
                                                                                      Por: Anónimo 
                                                                                      Tomado del Libro de Lynn Valentine: Miracles 
                                                                                      
                
																
																  
                                                
                                                                                      
                
                                                                                      ¿ERES DIOS? 
                
                                                                                      
                                        
                
																 P oco después de finalizar la segunda guerra mundial, Europa comenzó a recoger los escombros. Gran parte del viejo continente había sido devastado; estaba hecho ruinas. Tal vez lo más triste era observar a los niños huérfanos hambrientos por las calles de esas ciudades destrozadas por la guerra. 
                                                                                      Temprano en una mañana sumamente fría, un soldado americano regresaba al campamento en Londres. Al doblar en una esquina en el jeep en que viajaba, vió a un niñito con su nariz pegada al cristal de una repostería. Adentro, el repostero estaba dándole forma a una gran cantidad de donas. El niñito hambriento miraba en silencio, observando cada movimiento. El soldado paró su jeep, se bajó y caminó hacia donde estaba parado el niño. A través del cristal pudo ver los dulces que hacían la boca agua según los sacaban del horno humeando. El niño salivó y dejó escapar un pequeño gemido mientras observaba al repostero colocarlos en la vitrina muy cuidadosamente. 
                                                                                      El corazón del soldado se le quería salir del pecho al observar a su lado al huerfanito sufriendo por causa del hambre.  
                                                                                      -“Hijo… ¿quisieras algunos de esos?” 
                                                                                      El niño se sobresaltó. 
                                                                                      -“¡Oh sí, me gustaría!” 
                                                                                      El americano entró y compró una docena de donas, las puso en una bolsa y regresó donde estaba el niñito en medio de la neblina fría de esa mañana en Londres. Sonrió, sacó la bolsa, y simplemente le dijo: -“Aquí estás.” 
                                                                                      Cuando se viró para irse, sintió un jalón en su abrigo. Miró hacia atrás y escuchó al niño preguntarle, “Señor, ¿tú eres Dios?” 
                                                                                      Por: Charles Swindoll 
                                                                                      Stories for the Heart 
                                        
                
																
																  
                                                
                
                                        
                                        EL LEGADO DE PAPÁ 
                                                                                      
                                        
                
																 Tengo una cajita de madera con una asa en bronce, sencilla, sin adorno alguno ni terminación lustrosa, ni está forrada en su interior. Las esquinas no cuadran y las bisagras de la tapa están empezando a chirriar. Pero es, una caja especial. 
                                                                                      De vez en cuando la abro. Al levantar la tapa, quedan al descubierto recuerdos que me llevan a otra época y a otro lugar. Hay chucherías y una carta que, para el mundo no tienen valor alguno, pero para mí, son teso-ros invalorables. Esta caja me la regaló mi papá. 
                                                                                      Una navidad, Papá hizo tres cajas para sus tres hijos. Él no era carpintero; algunas partes no están bien cortadas y las juntas no encajan a la perfección, pero para mí, un experimentado carpintero no lo hubiera hecho mejor. La perfección no está en su forma sino en la intención. 
                                                                                      Mi caja fue hecha por manos callosas que conocían el trabajo duro, una mente que sabía lo que era la responsabilidad y un corazón que me amaba. En su interior, mi padre colocó una carta dirigida a mí. Ésta nunca será publicada o nominada para premio literario alguno. Es una sim-ple carta que expresa la ternura que a mi papá se le hacía difícil enunciar verbalmente. En ella manifiesta su orgullo y amor por mí. De la  ma-nera que sabía hacerlo, me decía que era feliz de tenerme como hijo. 
                                                                                      Papá murió unos días después de aquella navidad. No dejó mucho dinero ni una casa grande; me dejó esa caja sencilla con un simple mensaje, pero, con ella… me dejó su amor. 
                                                                                      A medida que pasan los años, esa caja ha ido adquiriendo más valor pa-ra mí. He llegado a percatarme de lo que en realidad simboliza. Es un recordatorio de que sólo los regalos del corazón tienen valor duradero. 
                                                                                      Los lados lijados y barnizados representan el duro trabajo y la perseverancia con que debo luchar. La dureza de la madera simboliza la fortaleza necesaria para vencer las dificultades. Los defectos me demuestran que la perfección no está en la apariencia externa. Y, como la carta que guarda en su interior, la caja revela que la calidez y el amor, salen de adentro… del corazón.  
                                                                                      Yo también tengo algunos bordes ásperos y juntas no muy bien encuadradas, pero, así como la amorosa carta llena el interior de la caja, sé que el perfecto amor de Dios me llena, haciendo de mí una pieza única. 
                                                                                      Tomado de: Historias de Aliento para el corazón de la Familia 
                                        
                
																
																  
                                                
                
                                                
                                        
                                        
                                        
                                        EL QUE TIENE A DIOS, LO TIENE TODO 
                                                                                      
                                        
                
																 Esta era una familia que no era ni rica ni pobre. Vivían en una pequeña, pero acogedora, casa de campo. Una noche, mientras se sentaban juntos para cenar, alguien tocó a la puerta. El padre se levantó para ver de quién se trataba. 
                                                                                      Ahí estaba un hombre viejo con ropa destartalada, pantalones gastados y sin botones; cargaba una canasta llena de verduras. Le preguntó a la familia si querían comprarle algunas. Para que se fuera rápido, ellos aceptaron. 
                                                                                      Las visitas del hombre se repitieron y con el pasar del tiempo, la familia y el hombre viejo se hicieron muy amigos. El hombre le traía verduras cada semana a la familia. Se enteraron que él era ciego, pero era tan amigable, que esperaban ansiosamente su llegada para dialogar y disfrutar de su compañía. 
                                                                                      Un día, mientras entregaba las verduras, les dijo: 
                                                                                      - ¡Ayer recibí la más grande bendición! Encontré una canasta llena de ropa que alguien me dejó frente a la puerta de mi casa. La familia, viendo la condición de su ropa y la necesidad que tenía de ella, dijo: 
                                                                                      -¡Qué maravilloso! ¡Cuánto nos alegramos! 
                                                                                      El hombre viejo y ciego, pero con un rostro que brillaba de alegría, dijo: 
                                                                                      -La parte más maravillosa de todo esto es que encontré una familia que verdaderamente necesitaba esa ropa. La necesitaba más que yo… 
                                                                                      Recuerda, la felicidad no depende de lo que tienes. Más importante que eso es tener corazón humilde y generoso. El que tiene a Dios, lo tiene todo, por lo que es feliz haciendo felices a otros. 
                                                                                      Por: Autor Desconocido 
                                                                                      ***********************************************  
                                                                                      Un corazón dadivoso no espera recompensa ni elogios; tampoco supone un sacrificio su acción de caridad, porque al dar, lo hace con alegría.  
                                                                                      “El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado.” Proverbios 11:25 
                                                                
                                        
                
																
																  
                                        
                                        
                
                                         NO 
                                        TE RINDAS NUNCA 
                
                                                                
                
                                        
                                        
                                        
                                        "No nos cansemos, pues, de hacer bien; 
                                        porque a su tiempo segaremos, si no 
                                        desmayamos." 
                                        Gálatas 6:9 
                                                
                
                                        
                
                
																 Una 
                                        vez más, la joven maestra leyó la nota 
                                        adjunta a la hermosa planta de hiedra. " Gracias 
                                        a las semillas que usted plantó, algún 
                                        día seremos como esta hermosa planta. Le 
                                        agradecemos todo lo que ha hecho por 
                                        nosotras. Gracias por invertir tiempo en 
                                        nuestras vidas." 
                                                
                
                                        
                                        
                                        Una amplia sonrisa iluminó el rostro de 
                                        la maestra mientras por sus mejillas 
                                        corrían lágrimas de agradecimiento. Como 
                                        el único leproso que manifestó gratitud 
                                        hacia Jesús cuando fue sanado, las 
                                        chicas a quienes les había dado clase en 
                                        la escuela dominical, se acordaban de 
                                        agradecer a su maestra. La planta de 
                                        hiedra representaba un regalo de amor. 
                                        
                                        
                                        Durante meses la maestra regó fielmente 
                                        la planta en crecimiento. Cada vez que 
                                        la miraba, recordaba a esas jóvenes 
                                        especiales y eso la animaba a seguir 
                                        enseñando. 
                                        
                                        
                                        Pero al cabo de un año, algo sucedió. 
                                        Las hojas comenzaron a ponerse amarillas 
                                        y a caerse; todas, menos una. Pensó en 
                                        deshacerse de la hiedra, pero decidió 
                                        seguir regándola y fertilizándola. Un 
                                        día, al pasar por la cocina, la maestra 
                                        vio que la planta tenía un brote nuevo. 
                                        Unos días después, apareció otra hoja, y 
                                        luego otra más. En pocos meses, la 
                                        hiedra estaba otra vez convirtiéndose en 
                                        una hermosa planta. 
                                        
                                        
                                        Henry Drummond dice: "No pienses que no 
                                        pasa nada, simplemente, porque no ves el 
                                        crecimiento, o no escuchas el zumbido de 
                                        los motores. Las grandes cosas crecen 
                                        silenciosamente."  
                                        
                                        
                                        Hay pocas alegrías más grandes que la 
                                        bendición de invertir fielmente amor y 
                                        tiempo en las vidas de otras personas. 
                                        Nunca, nunca te des por vencido! 
                                                
                                              
                
                                        
																
																  
                                                
                
                                        
                                        EL NÁUFRAGO 
                                                                                      
                                        
                
																 El único sobreviviente de un naufragio llegó a una pequeña e inahabitada isla. Comenzó a orar fervientemente, pidiéndole a Dios que enviara a alguien que lo rescatara. Todos los días miraba al horizonte para ver si aparecía alguna ayuda, pero ésta nunca llegaba. 
                                                                                      Cansado de esperar y resignado a su suerte, comenzó a construir una pequeña cabaña con los materiales que pudo conseguir en los alrededores para protegerse y asegurar las pocas posesiones que tenía. Un día, salió temprano a buscar comida, y cuando regresó encontró su pequeña choza envuelta en llamas; el humo era tanto que subía al cielo. Lo peor de todo fue que había perdido todas sus pertenencias. No podía explicarse qué pudo haber ocasionado el fuego. 
                                                                                      Al encontrarse en semejante situación, la confusión se apoderó de él y muy enojado con Dios, le decía llorando: “Oh, Dios, ¿Cómo pudiste hacerme esto?” Agobiado por el llanto se quedó dormido sobre la arena. 
                                                                                      Temprano en la mañana del día siguiente, escuchó asombrado un sonido y al mirar, vio un barco que se iba acercando a la isla. Llegaron a rescatarlo y éste, extrañado, le preguntó a sus tripulantes, “¿Cómo sabían ustedes que yo estaba aquí?” Sus rescatadores le contestaron: “Vimos las señales de humo que nos enviaste.”  
                                                                                      ¡Qué fácil es enojarse cuando las cosas nos van mal! Pero nunca debemos perder la fe, pues Dios está trabajando en nuestras vidas en medio de toda circunstancia. Recuerda… la próxima vez que tu choza se queme, puede ser simplemente una señal de humo salida de la Gracia de Dios para bendecirte. 
                                                                                      Por todas las cosas que nos parecen negativas, debemos de creer que: “En ellas está Dios con una respuesta positiva.” 
                                                                                      Por: Autor Desconocido 
                                                                                      ***********************************************  
                                                
                                                
                
                                                                                      “Bendeciré al Señor en todo tiempo; 
                                                                                       su alabanza estará de contínuo en mi boca.” Salmo 34:1 
                                                
                
                                        
                
																
																  
                                                
                
                                        
                                        C AMINANDO 
                                        EN EL HUERTO
                                                
                
                                        
                                        
                                        
                                        "Y oyeron al Señor Dios que se paseaba 
                                        en el huerto."  
                                        Génesis 3:8 
                                                
                
                                        
                
																 Para 
                                        Cecilia no era común dormir hasta tarde, 
                                        ni siquiera durante las vacaciones ya 
                                        que se había criado en una granja. Pero 
                                        muy de vez en cuando, su madre dejaba a 
                                        sus hijos dormir hasta tarde. En una de 
                                        esas raras ocasiones, a Cecilia la 
                                        despertó el agradable olor y el ruido 
                                        que hacía su madre al preparar el 
                                        delicioso desayuno familiar. el aroma de 
                                        la tocineta, llenaba toda la casa, y se 
                                        oia el ruido que se hace al cocinar. El 
                                        aroma del pan recién horneado también 
                                        ayudaba a que los niños despertaran. 
                                        
                                        
                                        Una mañana de verano, la casa estaba en 
                                        silencio, los hermanos de Cecilia 
                                        estaban durmiendo y de la cocina no 
                                        venía ningún ruido ni había ningún olor 
                                        que indicara que se estaba preparando el 
                                        desayuno. Cecilia vio que la puerta de 
                                        atrás estaba abierta, y sin hacer ruido, 
                                        salió al jardín, donde estaba su madre 
                                        con mucho ánimo, quitando la maleza del 
                                        huerto. La escena se desarrollaba ante 
                                        sus ojos como si estuviera envuelta en 
                                        un mullido manto mientras veía a su 
                                        madre caminar por el huerto. 
                                        
                                        
                                        Adán y Eva vivieron en el único huerto 
                                        perfecto. Ellos disfrutaban de 
                                        condiciones perfectas en la naturaleza. 
                                        A diario, caminaban por el huerto y 
                                        hablaban con el Señor cara a cara. Adán 
                                        y Eva escuchaban el ruido que hacía Dios 
                                        al caminar en el huerto cuando se 
                                        acercaba a ellos. En su espíritu, la 
                                        mamá de Cecilia debe haber conocido la 
                                        dulzura de la presencia de Dios al 
                                        caminar en su huerto temprano en la 
                                        mañana. Antes que las demandas del día 
                                        ocuparan sus manos y su mente, 
                                        sabiamente ella elegía las horas 
                                        tempranas de la mañana para caminar con 
                                        Dios en el huerto. 
                                                
                
                                        
																
																  
                                                
                
                                        
                                        CUANDO SE CONOCE LA VERDAD 
                                                                
                                                                                      
                                        
                
																 El tren comenzó a moverse. Iba lleno de gente de todas las edades, la mayoría obreros y jóvenes universitarios. Cerca de la ventana se sentaba un anciano con su hijo de 30 años, quien iba sobrecogido de gozo, encantado por el paisaje de afuera.  
                                                                                      -"Mira, papá, el paisaje de los árboles verdes es  hermoso". 
                                                                                      La conducta del muchacho hizo que los demás pasajeros se molestaran. Todos comenzaron a murmurar acerca del joven por su extraño comportamiento. 
                                                                                      -"Este tipo parece estar loco", un hombre le susurró a su esposa. 
                                                                                      De repente comenzó a llover. Las gotas de lluvia caían sobre los pasajeros a través de la ventana abierta donde estaban sentados el anciano con su hijo. El muchacho, lleno de gozo decía: "Mira, papá, cuán hermosa es la lluvia..." 
                                                                                      La esposa del hombre se molestó por las gotas de agua que mojaban su vestido nuevo. Ésta le dijo a su esposo: “¿No ves que está lloviendo? Usted, anciano, si su hijo no se siente bien, llévelo pronto a un asilo mental y no moleste a los demás".  
                                                                                      El anciano titubeó primero pero, entonces, en tono muy bajo, contestó:  -“Regresamos a casa del hospital. Mi hijo fue dado de alta esta mañana. Hace sólo una semana que recobró la vista, pues, nació ciego. La naturaleza es nueva a sus ojos. Por favor, perdonen la inconveniencia.”  
                                                                                      Comentario: ¡Cuántas veces pasamos juicio sobre la conducta de otras personas sin conocer la verdad! ¡De cuántas maneras ofendemos por apresurarnos a hablar lo que no es! ¡En cuántas ocasiones llegamos a conclusiones erróneas por dejarnos llevar por las apariencias! La empatía necesaria brilla por su ausencia en muchos corazones. ¡Cuánta injusticia se comete con el prójimo, no sólo en los tribunales, sino en toda la sociedad! “Antes bien, como está escrito:  
                                                 
                                              
                                                
                
                                                                                      
                
                                                                                      Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”. 1Corintios 2:9
                                                
                                        
                
                                                                                      Por: Autor Desconocido  
                                                                                      
                
																
																  
                                                                
                                                
                                              
                                                
                
                                        
                                        UNA BUENA LECCIÓN 
                                                                                      
                                        
                
																 Un joven universitario salió a dar un paseo con uno de sus profesores a quien los alumnos consideraban su amigo, por la bondad que le distinguía para con los estudiantes que seguían sus consejos. En el camino vieron un par de zapatos viejos y supusieron que pertenecían a un anciano que trabajaba en el campo del lado y que a esa hora estaba por terminar sus labores diarias. 
                                                                                      El alumno dijo al profesor: 
                                                                                      -Hagámosle una broma, escondamos los zapatos y ocultémonos detrás de esos arbustos para ver su cara cuando no los encuentre. 
                                                                                      -Mi querido amigo -le dijo el profesor-, nunca debemos divertirnos a expensas de los demás. En lugar de eso tú puedes darle una alegría a este hombre. Coloca una moneda en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver cómo reacciona cuando las encuentre. 
                                                                                      El joven hizo como le sugirió el profesor, y ambos se ocultaron entre los arbustos cercanos. El hombre trabajador, al terminar sus tareas del día, llegó a buscar sus zapatos y su abrigo. Mientras se ponía el abrigo deslizó un pie en el zapato, pero al sentir algo adentro, se agachó para ver qué era y encontró la moneda. Asombrado, se preguntó qué pudo haber pasado. Miró la moneda, le dio vuelta y la volvió a mirar. Luego miró a su alrededor, para todos lados pero no vio a nadie. La guardó en el bolsillo y se puso el otro zapato; su sorpresa fue doble al encontrar la otra moneda. Los sentimientos lo sobrecogieron; cayó de rodillas y levantó  la vista al cielo pronunciando un ferviente agradecimiento en voz alta, mencionando a su esposa enferma y a sus hijos que no tenían pan y debido a una mano generosa desconocida podrían comer esa tarde. 
                                                                                      El estudiante quedó profundamente afectado y se le llenaron los ojos de lágrimas. 
                                                                                      -Ahora –dijo el profesor-, ¿no estás más complacido que si le hubieras hecho una broma? El joven respondió:  
                                                                                      -Usted me ha enseñado una lección que jamás olvidaré. Ahora entiendo algo que antes no entendía: Es mejor dar que recibir. 
                                                                                      Tomado de: Historias de aliento para la familia 
                                                                                      Autor Desconocido 
                                                                
                                        
																
																  
                                        
                                        JESÚS GUARDÓ SILENCIO 
                                                                                      Aún no llego a comprender cómo ocurrió, si fue real o fue un sueño. Sólo recuerdo que ya era tarde y estaba en mi sofá preferido con un libro en la mano. El cansancio me fue venciendo y empecé a cabecear... 
                                                                                      Me encontré en aquel inmenso salón con una pared llena de tarjeteros, como en las grandes bibliotecas. Al acercarme, me llamó la atención uno título: "Muchachas que me han gustado". Lo abrí y empecé a pasar las fichas.Tuve que detenerme; recordaba el nombre de cada una de ellas: ¡eran de las muchachas que me habían gustado! 
                                                                                      Ese inmenso salón, con sus ficheros, era un crudo catálogo de toda mi existencia. Estaban escritas las acciones de cada momento de mi vida, hasta detalles que había olvidado. Un sentimiento de expectación, curiosidad e intriga empezó a recorrerme mientras abría los ficheros al azar para explorar su contenido. Algunos me trajeron alegría y otros, por el contrario, un sentimiento de vergüenza y culpa tan intensos que me volví para ver si alguien me observaba.  
                                                                                      El archivo "Amigos" estaba al lado de "Amigos que traicioné" y "Amigos que abandoné cuando más me necesitaban". 
                                                                                      Los títulos iban de lo mundano a lo ridículo. "Libros que he leído", "Mentiras que he dicho", "Consuelo que he dado", "Chistes que conté", Peleas con mis hermanos", "Cosas hechas cuando estaba molesto", "Murmuraciones cuando me reprendían de niño", "Videos que he visto"... 
                                                                                      Estaba atónito del volumen de información que había acumulado en esos ficheros. ¿Sería posible que hubiera tenido el tiempo de escribir cada una de esas millones de tarjetas? Pero cada tarjeta confirmaba la verdad. Cada una escrita con mi letra, cada una llevaba mi firma.  
                                                                                      Cuando vi el archivo "Canciones que he escuchado" quedé atónito al descubrir que tenía más de tres cuadras de profundidad y, ni aún así, vi su fin. Me sentí avergonzado, no por la calidad de la música, sino por la gran cantidad de tiempo que demostraba que había perdido. 
                                                                                      Cuando llegué al archivo: "Pensamientos" un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sólo abrí el cajón unos centímetros.. Me avergonzaría conocer su tamaño. Saqué una ficha al azar y me conmoví por su contenido. Me sentí asqueado al constatar que "ese momento" escondido en la oscuridad, había quedado registrado... No necesitaba ver más... 
                                                                                      Un instinto animal afloró en mí. Un pensamiento dominaba mi mente: Nadie debe ver estas tarjetas jamás. ¡Tengo que destruirlas! En un frenesí arranqué un cajón, tenía que vacíar y quemar su contenido. Pero descubrí que no podía siquiera desglosar una sola tarjeta del cajón. Me desesperé y traté de tirar con más fuerza, sólo para descubrir que eran más duras que el acero. Vencido e indefenso, devolví el cajón a su lugar. Apoyando mi cabeza al interminable archivo, testigo de mis miserias, empecé a llorar. En eso, el título de un cajón pareció aliviar en algo mi situación: "Personas a las que les he compartido del amor de Jesús". La manija brillaba, al abrirlo encontré menos de 10 tarjetas. Las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos. Lloraba tan profundo que no podía respirar. Caí de rodillas al suelo llorando amargamente de vergüenza. Un pensamiento cruzaba mi mente: Nadie debe entrar a este salón, necesito encontrar la llave y cerrarlo para siempre. 
                                                                                      Mientras me limpiaba las lágrimas, lo vi. ¡Oh no!, ¡por favor no!, ¡Él no!, ¡cualquiera menos Jesús! Impotente, vi cómo Jesús abría los cajones y leía cada una de mis fichas. No soportaría ver su reacción. En ese momento no deseaba encontrarme con su mirada. 
                                                                                      Jesús se acercó a los peores archivos. ¿Por qué tiene que leerlos todos? Con tristeza en sus ojos, buscó mi mirada y yo bajé la cabeza de vergüenza; me llevé las manos al rostro y  empecé a llorar de nuevo. Él se acercó, puso sus manos en mis hombros y no dijo una sola palabra. Allí estaba junto a mí, en silencio. Jesús guardó silencio y lloró conmigo. 
                                                                                      Volvió a los archivos y empezó a abrirlos, uno por uno, y en cada tarjeta firmaba su nombre sobre el mío. ¡No! le grité corriendo hacia Él. 
                                                                                      Lo único que atiné a decir fue sólo ¡no!, ¡no! cuando le arrebaté la ficha de su mano. Su nombre no tenía por qué estar en esas fichas. No eran sus culpas, ¡eran las mías! Pero allí estaban, escritas en un rojo vivo. Su nombre cubrió el mío, escrito con su propia sangre. Tomó la ficha de mi mano, me miró con una sonrisa triste y siguió firmando las tarjetas. 
                                                                                      No entiendo cómo lo hizo tan rápido. Al siguiente instante lo vi cerrar el último archivo y venir a mi lado.Me miró con ternura a los ojos y me dijo: Consumado es, terminado… yo he cargado con tu vergüenza y tu culpa. 
                                                                                      En eso salimos juntos del Salón... Salón que aún permanece abierto.... Porque todavía faltán más tarjetas por escribir... 
                                                                                      Aún no sé si fue un sueño, una visión, o una realidad... Pero, de lo que sí estoy convencido, es que la próxima vez que Jesús vuelva a ese salón, encontrará más fichas de qué alegrarse, menos tiempo perdido y menos fichas vanas y vergonzosas 
                                                                
                                                                                      Autor Desconocido 
                                                                
                                                                                      
																
																  
                                                                
                                        
                
                                        
                                        
                                        
                                        ADORNO NAVIDEÑO 
                                                
                
                                        
                                        
                                        
                                        " Tu nombre, Señor, es eterno; tu 
                                        memoria, Señor, por todas las 
                                        generaciones." 
                                        Salmo 135:13
                                                
                
                                        
                
																 Se 
                                        llevaba a cabo la segunda semana de 
                                        diciembre de cada año. Mi madre abría su 
                                        armario de cedro y buscaba alegremente 
                                        entre sus más preciadas posesiones. Con 
                                        cuidado iba sacando una a una las cosas 
                                        que tenían mucho significado y valor 
                                        para ella. Luces, el preciado árbol de 
                                        Navidad, adornos y muchas cosas 
                                        brillantes y fragantes que adornaban 
                                        esta época del año. 
                                        
                                        
                                        Había algo especial que ponía sobre la 
                                        repisa de la chimenea y transformaba 
                                        toda la casa. Era un adorno navideño 
                                        hecho con un pedazo del tronco de un 
                                        árbol y cubierto con hisopo y cerezas 
                                        artificiales. En el medio se le colocaba 
                                        una vela. Tenía una brillante cinta de 
                                        seda roja, adherida con un ganchito, la 
                                        cual realzaba su belleza. 
                                        
                                        
                                        Todos los años, cumplíamos con la 
                                        tradición familiar de recordar el 
                                        significado de cada uno de los elementos 
                                        del arreglo navideño. El tronco 
                                        significaba la celebración, el 
                                        nacimiento de Cristo. El hisopo, una 
                                        hierba fragante, antiguamente la usaban 
                                        los hebreos para los sacrificios. La 
                                        primorosa cinta roja de seda simbolizaba 
                                        la sangre de Cristo derramada por 
                                        nuestros pecados. Las cerezas 
                                        representaban el crecimiento, la 
                                        provisión generosa. Y la vela ardía como 
                                        un recordatorio de que Cristo es la luz 
                                        del mundo.  
                                        
                                        
                                        A veces, en las tradiciones, o en 
                                        nuestras celebraciones, o en las cosas 
                                        comunes y corrientes de la vida, podemos 
                                        encontrar el fundamento de nuestra fe. 
                                        En ese caso, este sencillo adorno 
                                        navideño con algunas hojas descoloridas, 
                                        unas viejas cerezas y una cinta algo 
                                        deshilachada nos habla de la eterna 
                                        historia del infinito amor de Dios. 
                                                
                                              
                                                                
																
                                                                
                                                                  
      
                                                                
																
																
																  
                              
                              
                                      "He 
                  aqui os doy nuevas de gran gozo: 
                                      Que os 
                  ha nacido hoy, en la ciudad de David, 
                                      un 
                  Salvador, que es CRISTO el Señor." 
                  Lucas 2:10-11 
																
																  
																
																  
                                                              
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